Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Ya les advierto que el escrito pertenece al antiquísimo
género literario del maestro quejándose de sus alumnos. De hecho, si
buscan en las actas de cualquier claustro de hace diez, veinte, cuarenta o cien
años, encontrarán, en esencia, la misma carta. Esto explica parte de su éxito:
leer lo ya consabido sosiega a las almas muertas, que diría Gógol.
Pero vayamos a las quejas concretas de este señor, que dice
sentirse «como un profesor de instituto» (siendo, como es, todo un
catedrático). Se lamenta, por ejemplo, de que sus alumnos universitarios se
fumen las clases, copien y se muestren ansiosos por salir… ¡Vaya! ¡No me puedo
creer que los estudiantes hagan lo que les es propio desde que inventaron las
clases obligatorias o los exámenes! ¡Increíble!
Se queja también de tener que mandar callar. ¡Terrible!
Dígamelo a mí, que ahora doy clase a adultos y a profesores, y rajan tanto o
más que mis alumnos adolescentes. Más que nada porque en este país se habla por
los codos. Y si a este señor solo le murmuran (como dice desesperado), igual es
que le falta esa misma resiliencia que echa de menos en sus alumnos. Por cierto
(seguro que esto lo sabe): para callarlos no hay nada mejor que ganarse su
interés y demostrar un poco de liderazgo, otra habilidad de la que, según dice,
carecen sus pupilos (¿Tendrán de quién aprenderla?).
Otras quejas pintorescas de nuestro despechado catedrático
son que los alumnos acudan en chándal o leggins a las presentaciones
(!), que «se encorven, balbuceen o no fijen la mirada» (cuántos profesores no
habré encontrado yo así en la universidad) y, sobre todo, que vayan con el
portátil a clase; algo que, si fuera por él, estaría prohibido. ¿Razones? Da
dos: (1) que (sospecha que) el alumnado se entretiene con Instagram y cosas así
(algo que, por cierto, justificaría prohibirlos también en claustros,
conferencias magistrales y sesiones del Congreso), y (2) que «la plasticidad
neuronal se desarrolla con lápiz y papel, no con la dictadura de los teclados»,
hipótesis probablemente similar a la que ya esgrimían los
cazadores-recolectores cuando se impuso la pérfida moda de cultivar la
tierra...
Ahora bien, la mayor desazón de este profesor proviene de
que, según dice, el noventa por ciento de sus estudiantes no solo son malísimos
(no saben leer ni escribir, carecen de vocabulario, no saben estar, etc.) sino
que no muestran el más mínimo interés por sus clases. ¡Vaya! ¿Y por qué será
eso?
Se me ocurren tres opciones. La primera es que sea cosa de
mala suerte. No lo descarto: yo llevo los mismos años que este catedrático
dando clases, y la mayoría de mis alumnos de Bachillerato leen, escriben
(algunos mejor que m… mejor me callo) y se comportan como yo (o mejor que yo)
cuando era adolescente. Y en cuanto al apego al móvil y las redes tienen el que
tiene todo dios.
La segunda opción es que quizás (es solo una loca hipótesis)
este profesor no logre demostrar a sus alumnos el interés objetivo de lo que
enseña, o que no haya actualizado sus métodos de enseñanza. Al fin, él mismo
dice que está harto de dar cursos para motivar al alumnado y (a la vez) que el
alumnado debe venir ya motivado de casa, así que no sé si él mismo está o no
muy motivado para aprovechar esos cursos.
Y la tercera opción, y favorita del autor de la carta, es
(adivinen)… que la culpa de todo la tienen: (1) los estudiantes, por supuesto;
(2) el gobierno y sus leyes, cada vez peores; y (3) el resto del mundo… Porque
él, por supuesto, y aun siendo catedrático, no es en absoluto responsable de
nada. Por eso, las soluciones que ofrece en su carta son: (1) que la
universidad vuelva a ser patrimonio de élites (intelectuales); (2) que trabajen
otros (que los alumnos lleguen a la universidad sabiendo ya pensar, expresarse
con rigor, hablar en público…); y (3) que el alumnado aprenda que todo
depende de su esfuerzo. Un lema, este último, que bien podría aplicarse
este profesor a sí mismo. ¡Cambie usted, señor Arias, y el mundo educativo (que
tanto le disgusta) cambiará con usted! – le diríamos en plan coach –. Y
si ve que no puede – porque el mundo es más grande que sus fuerzas –, no exija
semejante insensatez a sus estudiantes, y limítese a enseñarles (cosa que nunca
fue fácil) lo que sepa y lo que pueda.
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarLa realidad que impone la sensatez, magistralmente pormenorizada
ResponderEliminarGracias, Víctor.
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo ni con la carta del catedratico ni con la réplica que le das. Por hablar de esta última, podría resumirse en el manido "y tú más" que desvía la atención hacia el resto del mundo, pero sin entrar en el fondo de la cuestión.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
EliminarNi la universidad de los años 80 era mejor, y lo sé bien, ni la de ahora merece la pena, tanto privadas como públicas. Ambas son "cotos privados", unas de élites y las otras de tribus endógámicas.
ResponderEliminarPero se debe tener sumo cuidado con las oponiones y argumentos que se vierten. Este artículo de "Investigación y Ciencia" habla de los últimos estudios científicos sobre la mejora de la estimulación cerebral en los estudiantes (y no solo estudiantes) mediante la escritura a mano: https://www.investigacionyciencia.es/noticias/escribir-a-mano-estimula-ms-el-cerebro-de-los-estudiantes-19546
Perdón, "endogámicas" ... no sea que quede invalidada la respuesta por un error ortográfico.
EliminarCuánta razón tienes, no me ha hecho falta siquiera leer la carta del catedrático perpetuamente indignado. Llevo oyendo lo mismo en los claustros a jóvenes profesores a los que igual les da que les diga que lo mismo decíamos de ellos cuando andaban pintarrajeando los pupitres de la Eso, y mira hasta dónde han llegado. Los profes de universidad quejándose de los alumnos que les llegan de los institutos sin saber investigar o "hacer un trabajo", los de instituto de más o menos lo mismo de los que les llegan de primaria, y los de primaria...de que no se lo hayan enseñado los padres, claro, pues todos queremos que nos lleguen " aprendíos". Que el señor cátedro se aplique la " cultura del esfuerzo" cuando le tiente el mando a distancia o pulse el botón de llamada del ascensor.
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