Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
De entre los que creen que van a algún sitio, hoy dos tipos
fundamentales: los que creen que llegan y los que no. Ambos adoptan a menudo la
pose del que está de vuelta; el primero como presuntuoso triunfador, el segundo
como presunto fracasado.
Porque el fracaso no es una ilusión menor que la del éxito,
ni el melancólico pesimista es menos pretencioso que el que se pavonea de su
triunfo. De hecho, el pesimista exhibe siempre un pasmoso optimismo en lo que
respecta a sus facultades cognoscitivas: cree saber a ciencia cierta lo
miserable de todo, lo absurdo de la vida, la ausencia o imposibilidad de todo
fin… ¿Habrá alguien más soberbio que el que pretende saber que en el mundo nada
se puede saber, que todo es maldad o que la existencia no tiene sentido? ¿Habrá
alguien más ciego que el que cree tener claro que nada es más claro que la
nada? El pesimismo es una teoría pésima. Y la de perdedor, una pose a la que
nuestra cultura (tan refinada como decadente) ha dado todo el pábulo posible.
El que está de vuelta, sea en formato triunfador o perdedor,
suele ser, también, un crítico vitriólico y fatalista, para el que nadie está a
su altura (ni a la de la cima que alcanzó ni a la de la sima de saber que no
hay cima que valga). En nuestro país abunda ese espíritu destructivo consagrado
a recordarnos que nada (salvo el propio ojo crítico) es perfecto. ¿Quién no
conoce (o lleva dentro) a ese españolito furiosamente aficionado a señalar
defectos, caricaturizar, rebajar humos, depreciar con sorna, y crucificar a
todo aquel o aquello que amenace con sacarlo un solo segundo de sus incólumes
casillas? En esta pasión hispánica por el zasca, el acoso y derribo, y el gozo
de ver como todo lo que sube baja (¡no sea que llegue donde uno no llegó!),
consumen su vida, y sus datos de acceso, ricos y pobres, nobles y plebeyos,
izquierdas y derechas…
Los que están de vuelta sufren también del insufrible
«síndrome del adulto sabio», consistente en creer que por ser uno más viejo es
necesariamente más lúcido, y que, por esa razón, todos tenemos la obligación de
escucharle, suelte la sandez que suelte, como si el mero hecho de pasar por
este mundo implicase algún tipo de conocimiento excepcional, o como si la
experiencia (como repiten algunos) fuese la madre de la ciencia, y no de, a lo
sumo, una cierta y ramplona astucia práctica (cuando no de hábitos y mecanismos
de defensa que aminoran la capacidad de aprender). La madre de la ciencia son
la duda y la capacidad para mirar la realidad de una manera diferente; justo lo
opuesto de lo que se auto atribuyen la mayoría de los adultos (y los que están
de vuelta): el tener ya las ideas muy claras, y el no querer o poder ver las
cosas más que a su manera (que, por descontado, es «la correcta»).
El «síndrome del adulto sabio» es universal, aunque yo, por cercanía, lo detecto más en el cuerpo docente, en el que hay quienes están de vuelta absolutamente de todo: del glorioso pasado (donde se aprendía de verdad), del miserable presente (donde nadie aprende ya nada) y del molesto futuro (que les obliga a aprender como si no fueran los maestros que son). Ya saben: el tango de «ya nada es lo mismo», y no porque uno no comprenda nada (¡qué susto, tener que saber cosas nuevas!), sino porque todo (por supuesto) es peor…
Frente a todo este estar de vuelta, no cabe más que la
catarsis socrática; o dicho en plata, el cuidarse de escuchar y comprender de
verdad (en lo que inevitablemente tiene de verdad) lo que afirma el otro, el
que se nos opone, el que nos saca de quicio… Aprender es esto: desquiciarse,
descolocarse, darse la vuelta, revolverse uno contra lo que cree que cree. Tal
vez, y pese a ello, no se llegue a ningún sitio, pero, a diferencia del que
cree que sí (y que incluso ya volvió), se tendrá más perspectiva, se pensará
más lejos y, como poco (y no es poco), se será menos insoportable para los
demás.
Siempre recuerdo, en fin, y contra esa cargante soberbia del
«estar de vuelta», los mismos y sublimes versos de Luis Cernuda: «Cuando la
muerte quiera / una verdad quitar de entre mis manos / las hallará vacías, como
en la adolescencia /ardientes de deseo, tendidas hacia el aire»… No creo que se
puede decir mejor.
Excelente artículo.
ResponderEliminarpues esa manera de pensar es de cavernícolas, muy apropiado y que se lo apliquen, pues al expresarlo así algo tiene que haber dentro, síndrome de sabio oportunista y embriagado de tanta sabiduría
ResponderEliminarEn realidad qué significa "estar de vuelta"? Saberlo todo? Nadie lo sabe todo y por tanto la expresión está mal utilizada
ResponderEliminarGracias. Más que mal utilizada, yo diría que, como dices, no significa nada real.
EliminarMe encantaron las reflexiones sobre la vejez de Maruja Torres en el programa de Jordi Évole: nunca se es viejo porque cada día es un día nuevo, tenga una la edad que tenga. Pero hay quien exhibe la edad como un trofeo y se jacta de permanecer encerrado en la vitrina.
ResponderEliminar¡Qué buena manera de expresarlo! Bravo por Maruja Torres. Gracias por la aportación.
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