Una versión de este artículo fue publicada por el autor en El Periódico Extremadura.
La poesía siempre ha sido tremendamente
útil. No sé si como arma cargada de futuro, que decía Celaya, o como
instrumento para cargar de futuro a las armas, como se muestra en la antología
de poemas que, según el diario hebreo Haaretz, han publicado las Fuerzas
Armadas israelíes para motivar a la tropa, insuflándoles poéticamente deseos de
venganza y justicia bíblica.
¿Es censurable que se utilice la poesía
para legitimar la guerra o el fanatismo religioso? Antes de responder a la
ligera conviene recordar que la poesía occidental se gestó en torno a las
gestas bélicas de aqueos y troyanos; y que el fragor de las batallas, muchas
religiosas, o la glorificación de guerreros y mártires, han sido tema universal
de versos, pinturas, sinfonías u obras teatrales.
De hecho, podríamos decir que el orbe
estético en general – y no solo la poesía – nace, crece y se desarrolla como
instrumento de dominación al servicio de los protagonistas y beneficiarios de
las guerras (sacerdotes, reyes, oligarcas…). Al fin, el arte ha sido casi
siempre un rito político o litúrgico, un oficio cortesano, un negociado de la
Iglesia o el Estado al servicio de la ideología dominante (o de una entretenida
y catártica inversión ficticia de la misma para recreo programado de quienes la
sufren).
¿Y hoy? ¿Sigue siendo la poesía un arma
de alienación masiva? Ni lo duden. Y no solo por el caso comentado del ejército
israelí, que no es excepcional: no hay cuerpo armado que no tenga sus himnos y rimas enervantes para mejor matar y morir; y cuenta Ernst Jünger que durante la I y II Guerra Mundial todos los soldados alemanes llevaban en el macuto una antología de Hölderlin... Al fin, la
ficción estética sigue siendo el modo más seductor para convencer y conformar -- y también, que duda cabe, para «liberar» de ese modo vicario y ficticio que tanto gusta a los poderosos y a los que no tenemos fe suficiente en el mundo terrenal --.
Cierto que la verdadera poesía, la
que conserva su función política y social, ya no suele construirse con
hexámetros o endecasílabos, sino con las imágenes, ritmos, recursos y efectos
del universo audiovisual. Pero es lo mismo: sea en la voz del rapsoda, grabada
en tinta o proyectada en una pantalla en forma de serie, videoclip, perorata de
influencer u homilía de estrella mediática, el efecto conformador es
fundamentalmente idéntico.
Y desengañémonos: no hay una poesía – ni
un arte – efectivamente inconformista, ni dentro ni fuera de los medios.
«Fuera», porque allí nada existe; tampoco esa poesía libresca y onanista, marca
de prestigio para los vástagos sensibles de la burguesía, y que ya nadie lee. Y
«dentro», porque, como decíamos, todo estética de la subversión es mera
subversión estética, destinada, como todo en arte, a producir ilusiones,
incluyendo aquella por la que los más entusiastas creemos romper el espejo de
la cuarta pared y remover durante más de un imaginario instante los cimientos
ocultos del escenario.
Efectivamente, la poesía con el discurrir de la tecnología, ha ido perdiendo aquella esencia que unía brillantemente los latidos sentimentales con el espacio y él tiempo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tan brillante reflexión.
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