Si me pidieran que diseñara una prueba definitiva para certificar la competencia de un profesor o profesora, creo que sería esta: le pondría delante de un grupo de alumnos de la ESO, todos con el móvil en la mano, y le pediría que les contara una historia. Nada más que eso: una historia cualquiera relacionada con su área de conocimientos. Si lograra que los alumnos se olvidaran del móvil y se metieran en la narración, escuchando y participando de ella, estaría contratado. No haría falta más. La competencia científica se le supondría (nadie puede contar una buena historia sin saber de lo que habla), y todo lo demás, si hiciera falta, se aprendería después
¿Les
parece una prueba imposible? Pues no lo es en absoluto. No hay público más
dispuesto a dejarse seducir por una buena historia que un niño o adolescente. Es
lo que buscan también en las demonizadas pantallas: historias; historias cortas
como las de Tik-Tok y largas, como en los juegos de rol, o como las de esos
videos en los que un youtuber cuenta su vida o narra durante horas lo
que sucede en un juego tal como si un poeta épico narrara una batalla. Como
todo el mundo, los chicos saben casi sin saberlo que el más insignificante concepto
vale más que mil imágenes, y solo acuden a estas (¡y bien mezcladas con
palabras!) cuando no otean nada digno de narrar o de ser oído en el horizonte...
Viene
todo esto a cuento de algún estudio reciente que confirma
que contar cuentos, historias o teorías de manera ordenada y bajo una lógica o
estructura narrativa es una forma de enseñar y aprender tan eficaz o más que
las metodologías más manipulativas o «prácticas» (iba a decir más «activas»,
pero dudo que haya nada más activo que recrear o interpretar mundos e ideas en
la mente). Sé que esto es como descubrir América y la pólvora juntas, pero no
está mal insistir: los cuentos e historias despiertan la atención y el interés,
ayudan a comprender asuntos complejos, fijan contenidos en la memoria (los
trucos nemotécnicos suelen ser de naturaleza narrativa) e integran la
comprensión de ideas o prácticas con el aprendizaje de actitudes, valores y
aptitudes estéticas.
Al fin,
el ser humano es el animal que cuenta cuentos. En eso consiste toda
nuestra cultura, y también nuestra manera específica de ser. Tenemos un yo
narrativo: somos la historia que nos contamos acerca de quienes somos; la
primera persona del relato con que damos cuenta de nuestra vida, hilvanando
memoria y proyectos de la forma más coherente posible. Por ello, la falta de
dominio del lenguaje, el no saber expresarse ordena y coherentemente, o la
dificultad para comprender y narrar historias, no solo son incapacitantes para
un aspirante a maestro, sino para cualquier ser humano. Sin ese dominio del
lenguaje, de la narración y el diálogo interno, no hay dominio de sí, ni vida
interior que valga para certificar que somos seres humanos, y no loros o
aplicaciones de IA.
Otro
asunto bien conocido es el del poder motivador de los cuentos e historias. Y no
me refiero única ni fundamentalmente al ámbito educativo. Los cuentos han
servido siempre para cohesionar sociedades y existencias. La gente hace lo que
hace, vive, muere o vota en función de la suma de «cuentos» (míticos, religiosos,
políticos, científicos, filosóficos…) que pululan y combaten en su cabeza; por
eso hay que cuidarse de promover el espíritu crítico en relación con ellos
(cosa muy distinta de censurarlos, como hacen esa suerte de antimaestros que
son el inquisidor o el comisario político). Y para promover ese espíritu está
el complemento perfecto de la historia narrada: el diálogo vivo con el que
exprimimos, deconstruimos y nos apropiamos críticamente de su contenido
ideológico…
Por
cierto, las requetemal entendidas «situaciones de aprendizaje», una herramienta
didáctica especialmente destacada por la nueva ley educativa, tratan justamente
de esto: de generar estructuras narrativas y dramatúrgicas (con sus retos,
escenarios, roles, actividades enlazadas, desenlaces y ejercicios de reflexión)
en las que introducir al alumnado para que aprenda de un modo más natural,
pleno, profundo y crítico lo que se le quiere enseñar. Tampoco esto es nuevo,
claro. Todo buen docente ha sabido siempre que la mejor manera de enseñar algo
es echándole cuento y teatro, planteando problemas, inventando situaciones
hipotéticas, envolviendo a los alumnos en la metáfora, juego, historia y diálogo
que mejor y más conscientemente los comprometa con lo que han de aprender. Es
probable que solo así, entramándolo como un capítulo más de la historia y la
obra dramática que somos, pueda ser el aprendizaje un verdadero acontecimiento
con sentido y una aventura realmente transformadora.
Genial e intuitivo
ResponderEliminarMuchas gracias!
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