Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
A principios de este mes se celebraba el comienzo del curso
escolar en Ucrania. Se entiende que en las escuelas aún no destrozadas por la
guerra. Ya saben que el criterio para elegir colegio no es allí el ambiente o
la calidad de los profesores, sino que el centro cuente o no con refugio antiaéreo.
En esos colegios-refugio los estudiantes escuchan dos tipos de sirenas: las de
las clases y las que advierten de un misil; tienen dos mochilas: la de los
libros y la de emergencia para llevar al refugio; y viven dos vidas: la
inmediata, que es infernal, y la otra, la civilizada, que es la que sus
profesores intentan por todos los medios que no olviden.
Conocí hace unos meses a algunos de esos profesores
ucranianos. Y me sorprendió la vehemencia con la que defendían públicamente la
importancia de la formación en valores democráticos y derechos humanos. ¿Educar
a los niños en el respeto a los derechos humanos y en valores democráticos en
mitad de una guerra sin cuartel? Si a mí me sonaba extraño, ¿cómo les sonaría a
los estudiantes de Kiev o Járkov que han perdido a padres, amigos o compañeros?
Nada que ver, desde luego, con lo que hacen en las escuelas
rusas. Allí, en lugar de valores cívicos y democráticos, los estudiantes de
secundaria aprenden a utilizar rifles de asalto, pistolas, granadas y drones.
El gobierno ha promovido también una revisión concienzuda de los manuales de
Historia, para que en ellos se exalte más aún la grandeza de Rusia, la
necesidad de sacrificarse por la patria y la perfidia de Occidente y de sus
valores. Ambas cosas, el entrenamiento militar y el adoctrinamiento
ultranacionalista, compondrán el próximo curso una asignatura bien dotada de
horas, llamada «Fundamentos de Seguridad y Defensa de la Patria», que será
impartida por veteranos de guerra…
No sé qué pensaran ustedes, pero dado como están las cosas,
a cualquiera le surge la duda: ¿no será el tipo de educación escolar rusa más
coherente y efectivo que el que pretenden esos ingenuos profesores ucranianos?
¿Para qué diablos sirve hablar de civismo y derechos humanos en mitad de una
guerra? ¿Qué sentido tiene formar ciudadanos críticos cuando lo que más se
necesita son soldados obedientes?
No son preguntas fáciles de responder. Es cierto que los
principios éticos que inspiran los derechos humanos pueden servir de motivación
para combatir – justamente para defenderlos –, pero para pelear con eficacia
tal vez convenga olvidarse de ellos (cuanto menos civismo y respeto por esos
derechos tenga un soldado en combate tanto más eficaz será). Por otro lado, los
combatientes rusos también tienen principios y valores – la grandeza de Rusia,
sus sagradas tradiciones, etc. – transmitidos igualmente por la escuela y no
menos poderosos para empujar a la lucha.
¿Entonces? ¿Valdrá la pena seguir enseñando a los niños y
niñas ucranianos (y de otras partes del mundo) los valores que sustentan la
convivencia pacífica y las libertades democráticas? Yo estoy convencido de que
sí, aunque no sea sencillo comprender las razones. Allá van algunas.
La primera es que educar a la población en la guerra y los
mitos nacionales, robando tiempo y recursos para hacerlo en valores cívicos o
conocimiento crítico, es una apuesta errónea a medio y largo plazo, a no ser
que hablemos de una sociedad guerrera, cosa que hoy por hoy no parece que haya
(ni Rusia ni ningún otro país viven hoy de hacer la guerra). Las guerras
parecen, de hecho, un «negocio» cada vez más infrecuente y ruinoso. Ucrania
acierta, pues, al seguir educando a sus ciudadanos en los parámetros de una
sociedad abierta y civilizada, en lugar de en los valores y prácticas de un
cuartel.
La segunda razón es que los valores tradicionales y
ultranacionalistas que se empeñan en transmitir Putin y otros jerarcas
populistas son opuestos (de hecho, son una reacción) a los valores modernos y
cosmopolitas que rigen nuestro mundo global. Y esta globalización cultural,
propiciada por el mercado, la tecnociencia y los medios de comunicación, es ya
irreversible, por lo que toda sociedad empeñada en oponerse a ella está
irremediablemente condenada al fracaso.
La tercera razón que se me ocurre es menos utilitarista, y
como diría algún filósofo, más puramente ética: la civilización, la cultura de
la palabra y de las razones es objetivamente mejor que la cultura de la
violencia y las emociones patrias. Y lo es porque promueve un nivel de
conciencia y, por tanto, de libertad y solidaridad universal, más adecuado para
la realización plena de la naturaleza humana. La libertad, o la solidaridad con
quienes no comparten ADN, grupo de referencia o intereses materiales, son, de
hecho, características distintivas de la humanidad; la violencia y los
sentimientos particulares de pertenencia son, en cambio, rasgos biológicos de
lo más común.
Sin duda, un gran articulo, pues desgrana a la perfección lo que debería llevar a los seres humanos, para vivir de La Paz y la Convivencia, muy lejos de la status propios de la Edad Media y posteriores fecha, donde la guerra era la vivencia diaria, pero no por ello menos cruel. Concuyendose a partir de esto, que Rusia es muy retrógrada en ese sentido
ResponderEliminarEl anterior comentario es de José Muñoz Pulido
EliminarMuchas gracias, José.
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