Recuerda mi colega Eduardo Infante que
presionar a la gente para que se posicione es una manera, consciente o no, de
evitar que se pregunte por lo correcto. No puedo estar más de acuerdo. Y aún es
peor cuando esa presión viene dada desde el propio lenguaje con el que se
interpela: «¿es que no vas a rechazar el terrorismo?»
– te preguntan, asumiendo que aceptas sin más lo que tu interlocutor entiende y
señala como tal –. «¿Apoyas a un gobierno que pacta con el partido de los etarras?»
– te interrogan, pretendiendo que, aún antes de contestar, confirmes la
filiación proetarra del gobierno –…. Se trata de la vieja falacia de plantear
la pregunta de manera que casi no sea posible contestarla sin asumir los
(discutibles) presupuestos de tu interlocutor.
Ahora bien, a una pregunta capciosa lo mejor
es responder con otra más honesta. Por ejemplo, a la burda pregunta de si
rechazas el terrorismo, la respuesta podría ser: «Sí, claro; ¿pero de qué
terrorismo estamos hablando?». Porque «terrorismos» hay muchos, y si uno adopta
una posición de principios sin saber claramente de lo que habla se puede
encontrar con problemas para mantenerla.
De entrada: ¿Qué es exactamente el
«terrorismo»? Según el diccionario, la ejecución de actos de violencia
criminal, por parte de bandas organizadas, con el objetivo de infundir terror y
lograr determinados objetivos políticos. Según la ONU – que admite que los
Estados definen el terrorismo de modo diferente y a veces ambiguo – el
terrorismo implica la coerción de poblaciones o gobiernos mediante la amenaza o
la violencia, con el resultado de muertes, lesiones graves, toma de rehenes,
etc.
Es obvio que la definición anterior le encaja
como un guante a los fanáticos de Hamás. Pero también a casi cualquier acción
bélica (todas comprenden actos de violencia criminal destinadas a generar
terror y lograr objetivos políticos) o a determinadas políticas gubernamentales
(en China, Irán o incluso los EE. UU se ejerce la coerción hasta la muerte en
la horca o la silla eléctrica, y se toman rehenes, tal como presos políticos o
personas detenidas sin juicio, incluso en épocas de paz).
Más aún: ¿serían «terroristas» las acciones
violentas dirigidas a aterrorizar al opresor o al invasor? ¿Eran «terroristas»
las acciones de la resistencia contra los nazis? ¿Lo eran las bombas colocadas
por grupos sionistas armados para expulsar a los ingleses de Palestina? La
legitimidad del derecho al tiranicidio es un viejo problema filosófico.
Y no es fácil encontrar un país o cultura que no se hayan fundado sobre el
terror y la destrucción de poblaciones o culturas anteriores. En el caso del
conflicto árabe-israelí, el terrorismo de Hamás (grupo que en sus inicios
recibió apoyo de Israel, igual que los talibanes lo recibieron de EE. UU.) no
es sino la última expresión, fanatizada y hambrienta de venganza, de esa
violencia mutua por la que unos se han hecho sitio en un país que no era el
suyo, y otros se han resistido, como es natural, a cedérselo…
¿Significa entonces algo el término
«terrorismo»? Fíjense además que la palabra se ha convertido en una muletilla retórica
con la que justificar cualquier medida política más o menos polémica (invasión
de otros países, eliminación de minorías, represión policial, bloqueos,
recortes de libertades, etc.). Así, se usa lo mismo para justificar la invasión
de Irak que la de Ucrania, para legitimar la brutalidad de una y otra facción
en cualquier lucha civil, para bendecir el acoso a toda minoría que se resista
a ser aplastada y para autorizar moralmente la resistencia armada de dicha
minoría, etc., etc. No hay una sola guerrilla o ejército de todos los que
desangran el mundo que no justifique su reinado de terror en la lucha contra el
«terrorismo» de la guerrilla vecina. Ni un solo demagogo que defienda la mano
dura con los inmigrantes o el incremento de la seguridad (a costa de las
libertades cívicas) que no acuda al terrorismo como argumento principal. En
nuestro país, la estrategia más importante (si no la única) de la oposición al
gobierno es la de agitar una y otra vez el
espantajo del extinto terrorismo etarra (o «movimiento vasco de liberación»,
como lo llamaba el expresidente Aznar) …
Ya ven que la alusión al terrorismo parece,
pues, servir para todo; con lo que acabará por no servir para nada. Una posible
ventaja de esta insignificancia es que la palabra deje de ocultar o confundir
(al menos mientras no surjan otras) la discusión en torno a conceptos mucho más
importantes y políticamente resolutivos, como el de «justicia». Porque – ¿lo tendremos claro alguna vez? – sin
justicia no hay ni habrá paz duradera, ni en Palestina ni en ningún otro lugar.
Sin justicia acabaremos todos, tarde o temprano, bajo las bombas de algún tipo
de «terrorismo»; terrorismo que no es más que la punta del iceberg mediático de
un mundo que sigue rigiéndose fundamentalmente por la ley de la fuerza.
Muy bien desgranado y el enlace final con la justicia lo hacen pletórico
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario.
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