Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Se veía venir y ha
venido. La insistente presión de varias plataformas de padres y madres,
organizados en frenéticos grupos de wasap y alarmados por el mismo frenesí
mediático que creen ver en sus hijos, han forzado a la ministra de educación a
cambiar su posición con respecto al asunto del móvil en colegios e institutos. Donde
antes se decía, con tino, y de acuerdo con la OCDE, que hay que educar en su
uso, ahora se dice que de educar en
centros educativos nada, que lo de
los padres conectados por móvil contra el móvil es más juicioso, y que donde
esté una buena prohibición que se quiten todas las tonterías. ¡Ya aprenderán
cuando sean mayores de edad! ¿Dónde? No se sabe. En la universidad, en el
curro, en la calle…
Así que ya saben, el
Ministerio de Educación, reconvertido en Ministerio del Interior, recomendará
que los docentes, en lugar de educar y acompañar, se dediquen – más aún – a
vigilar y apercibir. Y ojo que la prohibición no será solo en las aulas (donde
ya existía), sino en patios, recreos, pasillos, cafeterías y comedores. No se
podrá ir a mandar un mensaje a la/el churri o la madre de uno/a ni a la misma
puerta (esa en las que aún se echan el pitillo a escondidas los profes más
disolutos).
Y hablando de puertas, nada
de ponérselas al campo, como dijo, insegura, la ministra hace unos meses. Para
conseguir lo que quieren los padres basta con amenazar un poco más a niños y
adolescentes (que, como el papel, lo soportan todo) e instalar inhibidores de
frecuencia para que nadie use internet salvo con permiso del director. También
sería útil formar brigadas mixtas para requisar móviles en los baños. O tener
alumnos infiltrados que diesen información mediante móviles ocultos. Y, por supuesto,
instalar cámaras en los pasillos, para que así podamos, como en China, quitar
puntos (en nuestro caso con rúbricas, para dar un toque innovador) al alumnado
que no se comporte como debe.
Es cierto que algún
alumno o alumna podría alegar que está haciendo un uso educativo del móvil (escuchando
música, buscando información, mirando un vídeo educativo…), pero ¿quién se va a
fiar de ellos? Seguro que la mayoría solo lo quiere para acosar a sus
compañeros, ver porno o jugarse al póker el dinero de la merienda. Así que
nada, a prohibir su uso recreativo en
el recreo. ¡Además, qué a la escuela
no viene uno a divertirse, sino a aburrirse y a sufrir! Y si quieren diversión
que jueguen al corro de la patata o a pegar balonazos, que es mucho más sano,
básicamente porque es la forma en que nos entreteníamos los que tenemos la
sartén por el mango para definir lo que es «sano» (es decir, «bueno», pero con ese soniquete científico-médico que
epata a los tontos del bote).
Y charrando de tener la
sartén por el mango. ¿No deberían los profes y el personal no docente dar
ejemplo, y dejar también de utilizar el móvil durante la jornada lectiva?
Porque si, como wasapean papis y mamis, y defienden opinadores de toda especie,
el móvil resulta tan lesivo para la sociabilidad, la concentración y la pureza
moral, ¿no sería mejor promover el control de su uso en salas de profesores,
departamentos y dependencias varias? Y ya puestos, y para ser aún más
coherentes, ¿no tendríamos que reconvenir también a todos esos ciudadanos que
usan «obsesivamente» su móvil por la calle, en el
metro, en la sala de espera o hasta en el mismísimo Parlamento (siempre que no
esté hablando el jefe)? ¿No dan un pésimo ejemplo a nuestra maleable juventud?
Una juventud a la que,
como es habitual, nadie ha preguntado nada, y a la que nos hemos limitado a
tachar de adictos, como si por hacer cientos de cosas en el móvil fueses un
pobre loco, y por hacer una sola (babear) ocho horas ante la tele, o pasarse el
día entero en el bar, el gimnasio o el trabajo, fueras un adulto «sano» y con licencia para prohibir.
Pero ya ven, quien manda, manda. Y pese a que los estudios científicos no son
en absoluto concluyentes, están llenos de mil matices, y advierten de que la
prohibición impide una alfabetización digital crítica, debilita a los niños
frente al mundo que les toca vivir, y les obliga a mentir y a usar el móvil a
escondidas, las soluciones simples y tajantes enardecen a la gente, siempre
necesitada de panaceas y chivos expiatorios.
Así que ya sabéis, niños
y no tan niños, los sabios consejeros de todos los reinos, «aplicando una estrategia de
bienestar emocional»
(lo ha anunciado la consejera de Educación asturiana, pero podría haberlo dicho
Xi Jinping o el Gran Hermano de Orwell), van a prohibiros chatear, hablar,
jugar, oír música, ver vídeos, informaros, leer, consultar vuestra agenda y
revisar vuestros correos, durante vuestro (escaso) tiempo de ocio en los
centros, que tendréis que ocupar de manera más «sana» (ya os dirán los
«sanatólogos» cómo). Pero tranquilos,
que todo será por vuestro bien; algo que esos padres y madres que han
torcido la voluntad de la ministra conocen mucho mejor que nadie. Para eso se
pasan todo el santo día wasapeando sobre el tema.
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