Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Esta última semana hemos asistido de
nuevo a la controversia acerca de si disfrazarse de rey Baltasar sin tener la
piel negra es o no una práctica racista. Algunas asociaciones y opinadores de
tendencia progresista piensan que sí, comparando el hecho con esa especie de
delito moral que es el «blackface» norteamericano (severamente castigado allí
con la pena de cancelación). Ahora bien, ¿es esta posición razonable
aplicada a nuestros reyes y pajes navideños? Atendamos a los argumentos de la
acusación.
El primero y principal es que disfrazarse
de negro era común en ciertas operetas decimonónicas en las que se
caricaturizaba de forma humillante a los negros, por lo que disfrazarse también
ahora supondría una autorización implícita de aquellos viejos y denigrantes
espectáculos y un insulto a todo el colectivo. ¿Es este un buen argumento? La
verdad es que no. Aceptarlo supone incurrir en la falacia de enjuiciar la
totalidad de una práctica (maquillarse de negro) por el uso particular que se
hizo originalmente de ella (maquillarse así para burlarse de los negros). Y
esto no es muy sensato. Si fuera justo no hacer nada que otros hayan hecho antes
con aviesas intenciones, sería injusto hacer casi cualquier cosa. ¿Deberíamos
entonces negarnos a llevar un pendiente en la nariz (objeto con que se hacía
algo más que burla a los esclavos negros), o dejar de adorar crucifijos (dado
que también los usan los fantoches criminales del Ku Klus Klan), o
negarnos a interpretar ciertos temas de jazz por haber sido popularizados en aquellos
«minstrels» en los que se caricaturizaba a los negros hasta principios
el siglo XX? Todo esto no parece lógico: algo puede ser aceptable independientemente
de su origen; y quien se maquilla de negro para encarnar al rey Baltasar y
su corte de pajes no lo hace hoy para burlarse de las personas negras, sino
para encarnar la figura de un rey oriental sabio, justo y generoso.
Otro argumento esgrimido por los que se
oponen a la tradición de los baltasares maquillados es que esto
invisibiliza o contribuye a marginar a las personas realmente negras, que son
las que deberían representar a dicho rey mago en celebraciones como la
cabalgata del cinco de enero. Ahora bien, este argumento confunde el rito
teatral de la cabalgata con un problema social. Y no son lo mismo. Una cosa es
que en un rito festivo haya maquillaje y disfraces, y otra que se discrimine
(en ese rito o en cualquier otro ámbito) a quien no sea blanco. Tan lícito es
lo primero como inaceptable lo segundo. Maquillarse de negro es tan legítimo
como ponerse una barba postiza o una capa real. No conozco ningún criterio
estético serio (ni el del realismo más naíf) que impida a alguien representar
cualquier papel si lo hace bien, independientemente del color de su piel, su
género u otras circunstancias particulares. Y si nadie en su sano juicio
pediría que quien hiciera de Melchor fuera realmente un mago venido de Oriente y
perteneciente a la realeza, tampoco se debería exigir que quien representara a
Baltasar tuviera que ser obligatoriamente negro. Otra cosa, esta sí repudiable,
es que se margine o invisibilice a las personas de piel negra, y no se las
acepte para representar a Baltasar (o a Melchor, o a Gaspar, o a lo que sea)
solo por ser negras, y no por no ser actores o personas relevantes para la
comunidad, que son dos de los criterios más frecuentes para escoger a quienes
hacen de Reyes Magos en las cabalgatas. En las cabalgatas que conozco, al menos, se escoge a las personas que van a representar a los RR.MM. por su relevancia social, y no me parece mal que esto sea lo que prime por encima del color de piel (al contrario sí que me parecería racismo). Otro asunto, distinto, es que todas las personas, sean del color que sean, puedan aspirar en igualdad de condiciones a esa relevancia social, pero esto, digo, es otro asunto, previo y más trascendental al de quién se disfraza de Baltasar en una cabalgata.
Un tercer argumento es que disfrazarse de
Baltasar con maquillaje incluido supone hacer una caricatura insultante que
fomenta prejuicios. ¿Pero es esto necesariamente cierto? Piensen que cualquier
disfraz implica casi consustancialmente hacer una caricatura o síntesis de
aquello que representamos a través del maquillaje, la ropa, los ademanes, etc.
¿Deberíamos entonces prohibir todo disfraz (no solo de negro, sino también de
blanco, pijo, ruso, roquero, geisha, obispo, mendigo…), toda vez que siempre
podría haber un colectivo acusándonos de estar haciendo una caricatura
prejuiciosa de sus rasgos identitarios? Tomen nota, ahora que se acerca el
carnaval…
Pero incluso si fuere ese el caso (que
dudo que lo sea en el caso de nuestras cabalgatas de Reyes), ¿por qué habríamos
de censurar las caricaturas? No veo por qué en una sociedad libre, abierta y
plural no se haya de poder caricaturizar todo lo que se desee, siempre que la
intención no sea la de agredir o discriminar a nadie, y que se trate del lugar
y el momento adecuado (vale en un carnaval o una revista satírica, pero no en
un parlamento o aula de enseñanza).
Un cuarto y último argumento es el de que los niños no creen con el mismo fervor en los Reyes Magos si Baltasar no está encarnado por una persona realmente negra. Pero esto me parece francamente ridículo. Los niños no tienen una imaginación necesariamente realista, y son bastante duchos en el juego simbólico: pueden aceptar perfectamente a un actor no negro haciendo de Baltasar (como han hecho siempre) mientras posea los correspondientes atributos simbólicos (entre ellos, la tez morena), y sin que dichos atributos tengan que ser reales (¡para algo son magos!). Igualmente, podrían aceptar un Rey Mago mujer o un Papa Noel asiático, siempre que los personajes portaran dichos atributos simbólicos (corona, barriga, etc.). Si los niños solo pudieran ilusionarse con personajes realistas Disneylandia tendría que cerrar mañana...
Por cierto, y como me las veo venir: con todo
esto nadie quiere decir que no haya que luchar ferozmente contra el racismo (como
se ha hecho desde esta columna tantas veces), sino solo que hay que ser más
sensato y no dar pretextos al enemigo para que ridiculice esa misma lucha – ni
motivos a los amigos para que tengan miedo de ella –. Eso es todo.
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