Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Así, me reencuentro en un reciente artículo en prensa (“La
nueva y la vieja pedagogía” de la profesora y filósofa Rosa María Rodríguez
Magda), con el viejo tópico de que las nuevas pedagogías, en su afán por que los
niños “sean felices y la cultura no les dañe”, los “infantilizan” y les impiden
ser “sabios y críticos”. Bien. Como titular de prensa no tiene precio. ¿Pero en
qué nos fundamos para suponer que atender al bienestar o felicidad del alumnado
está reñido con la educación y la cultura? ¿Es el sufrimiento, entonces, la vía
adecuada para el aprendizaje? Tal vez algunos pedagogos (que no sean
predicadores o instructores militares) puedan creer justificable esto último, ¿pero
es cierto? Hay “sabios y críticos” filósofos que piensan todo lo contrario (que
la felicidad y la sabiduría son inseparables). ¿No habría
que discutir un poco sobre
esto?
Prosigue el artículo citando otro lugar común del “debate
pedagógico”: el del presunto contubernio entre la “nueva pedagogía” y el
neoliberalismo. Ahora bien, si esto fuera verdad, resultaría que el
neoliberalismo estaría promoviendo una pedagogía del “igualitarismo”, la
“inclusividad” y la “convivencia” (que es como describe la autora a la “nueva
pedagogía”). ¿No es un poco extraño? ¿Se podría decir, entonces, que la “vieja pedagogía”
del “esfuerzo y el mérito individual”, la “excelencia” y la “competencia” (es
decir, de aquellas bazas en que se ha escudado siempre la ideología
neoliberal) es la que mejor sirve a las opciones no liberales?
Igual de inconsistente o “líquido” es el retrato de la
“nueva pedagogía” que hace la autora como presunto fenómeno “posmoderno” (o “post-transmoderno”,
como dice ella). Así, se afirma que en la nueva pedagogía “lo fragmentario
sustituye a la visión global”. ¿Pero es así? Basta una consulta superficial a
los documentos que inspiran o desarrollan esa “nueva pedagogía” (los currículos
de la nueva ley educativa, por ejemplo) para encontrar justo lo contrario: una
fijación por integrar objetivos, capacidades, contenidos y materias (hasta el
punto de que se habla ya de una nueva competencia clave – la “competencia
global” – entendida como la capacidad para entender la realidad desde una
perspectiva integrada). ¿Entonces?
Afirma también la autora que en la nueva y postmoderna
pedagogía lo “subjetivo sustituye a lo objetivo”, pero sin precisar nada más. ¿Querrá
esto decir que enseñar de modo más activo, haciendo partícipe al alumnado,
implica que este invente los contenidos; o que prestar una (mínima)
atención a la educación emocional (la hermana pobre o inexistente de los
sistemas educativos) supone dejar de razonar en las clases? ¿Es, por
demás, posible una “formación sin enseñar contenidos”, como dice la autora que
hace la nueva pedagogía? ¿Qué estamos entendiendo entonces por “contenido”?
Acaba la articulista apelando al argumento de autoridad, y citando
a la experta en educación Inger Enkvist y a la filósofa Hannah Arendt, aunque
sin que esto ayude a aclarar nada. ¿Qué quiere decir Enkvist cuando afirma que
las “nuevas pedagogías” conducen al fracaso? Porque en definir qué se entiende por
“fracaso” (y por “logro”) educativo está gran parte de la madre del cordero del
debate pedagógico. Tampoco explica Rodríguez Magda en qué contexto afirma
Arendt que no hay que “dirigirse a los niños como adultos y creer que deben ser
autónomos” (¿no habíamos quedado que no había que infantilizarlos?), ni
considerar el “juego como un medio idóneo para el aprendizaje” (contrariando
sin más a lo que, desde Platón, afirman la mayoría de los pedagogos desde hace
siglos).
Todas estas preguntas, y muchas más, quedan en el aire, por
lo que el artículo, como tantos otros, más que aportar luz a un debate complejo
y repleto de ambigüedades, lo que hace es limitarse a difundir sofismas como el
de los excesos de la pedagogía (¡como si lo que sobrase a los docentes
españoles fuese formación pedagógica!), la eliminación de la memoria (una
falsedad aprendida de memoria y repetida mecánicamente), o el carácter
pernicioso de la tecnología (desde el prejuicio generacional de que la
cultura digital condiciona o distorsiona la educación más que otros contextos o
mediaciones socio-comunicativas).
Es lamentable, pero así, y con este nivel de discusión, difícilmente
iremos nunca a ningún lado.
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