Este artículo fue originalmente publicado por el autor en la revista Ex +
La expresión «carpe diem» recoge un antiquísimo motivo literario y filosófico: el de vivir con plenitud el presente antes de que se lo lleve el tiempo. Una idea de lo más vulgar, pero que ha inspirado a poetas hedonistas, filósofos románticos y místicos de todas las épocas, y que hoy es un tópico recurrente de la cultura popular, la publicidad y las «parasofías» en boga (el mindfulness, la meditación…). Sea como fuere, la idea es una estafa.
Lo es, en primer lugar, porque es mentira. La intensidad o
plenitud de una vivencia no depende de lo que material y fugazmente ocurra en
ella, sino de la red de significados desde la que la interpretamos,
otorgándole valor y sentido. Una red que no tiene que ver con el
presente, sino con la cultura, la historia y las creencias y expectativas
personales. Las sensaciones superlativas (una comida exquisita, la
delectación ante un cuadro, un beso de película…) no son «instantes eternos»
por lo que ocurra en ellos, sino por las creencias que les asociamos (el valor
gastronómico de ciertos alimentos, el aura de prestigio que rodea al arte, los
mitos románticos sobre lo que significa dar un beso…).
Si algo nos encandila o emociona no es, en fin, por su
dimensión presente, sino por su pasado y su futuro, por lo que nos recuerda y
lo que nos hace proyectar. Concentrarse en el ahora no es el clímax
de la experiencia, sino acercarse a la forma de vivir, estrecha y
seminconsciente, de los animales. Sirve, a lo sumo, para tomarse un respiro. O
para adaptarse mejor a esas nuevas formas de esclavismo que son el vivir a
salto de mata y el matar toda vitalidad a golpe de clics, gags, chats, zascas, instagrams,
tiktoks y el resto de las marcas registradas del vive-el-instante.
Pero para nada más.
Olvídense, pues, del carpe diem, de esa muerte en
vida que es entregarse-al-presente. Una existencia consciente y
humana está hecha de historia y de sueños, de la narración de lo que fuimos y
del compromiso con lo que hemos de ser. Lo demás, ese «gozo momentáneo» que nos
vende la industria política del aturdimiento, no es más que humo, nada, una
colección de sandeces. Medítenlo. Pero de verdad: llenando (y no vaciando) la
mente de ideas.
Carpe diem. Depende. Si el presente es un desastre pienso que entonces es mejor disfrutar con los buenos recuerdos del pasado y tener ensoñaciones con hipotéticos buenos momentos del fúturo. Además, es bueno "calcular" algo del posible fúturo. Aunque, por supuesto, hay que intentar disfrutar del presente cuanto se pueda.
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