Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Los antiguos consideraban a los eclipses
como a una señal funesta que preludiaba mil desgracias y especialmente el fin
de los tiempos. Había quienes, dotados con la luz del conocimiento, sabían
predecirlos, pero callaban por temor a ser acusados de brujos y condenados a
proporcionar luz desde la hoguera.
La luz – o, si quieren, la energía – lo
es todo. Tanto en los cielos como en la tierra. La luz refiere a la divinidad
en todas las religiones. Y en filosofía encarna imaginariamente al Ser mismo y
a sus atributos principales: la Verdad, la Bondad y la Belleza. La luz nimba la
cabeza de los sabios y de los santos, y es aura de alegría y belleza; gobierna
la inteligencia y las emociones. Reparen, si no, cómo nos cambia el estado de
ánimo cuando se acumulan los días sin sol, o incluso cuando entramos en un edificio o calle
mal iluminados.
Pero la luz no es solo signo de lo más
alto o modélico, sino también objeto-símbolo principal en la caverna del mundo,
en la que adopta la figura del fuego, fuente y representación del poder
técnico que el titan Prometeo robara para nosotros a los dioses. El fuego
gobierna en la caverna como análogamente hace el sol en el cielo. En el símil
platónico sirve para fabricar el teatro de imágenes en el que vivimos. Hoy
equivaldría a la luz eléctrica, incluyendo esa luz oscura que recorre los
circuitos de nuestro tecnológico mundo alimentando constantemente el
espectáculo que llamamos «realidad».
Pero fíjense que, pese a todos los gigavatios que llevamos de ventaja, basta un chispazo imprevisto y enigmático para desequilibrarlo todo y volver casi de golpe al paleolítico. Hoy, como provocaban antaño los eclipses, los apagones generan conductas de pánico, proliferación de profetas y grupos de compadres compartiendo las ideas conspiranoicas más estrambóticas. Falta el elemento capital del chivo expiatorio, que para unos – cómo no – será el malvado Sánchez, para otros serán los rusos, y para otros Trump, o el feroz capitalismo, encarnado en las pérfidas compañías eléctricas, o incluso, como en los viejos tiempos (bulos ha habido al respecto), los infieles, sean terroristas musulmanes o pérfidos judíos. Nada nuevo bajo la luz del sol.
Eso sí, a falta
de más datos, hay que subrayar y celebrar dos cosas. La primera es que, a
diferencia de lo que ocurre en otros lugares (recuerden los saqueos y crímenes
que se producen durante los apagones en ciertas urbes de los Estados Unidos),
aquí no ha pasado nada espacialmente malo — ¡y miren que se ha ido la luz en todo el país! – ; todo lo contrario, la gente ha demostrado un espíritu cívico y solidario dignos de admiración.
La segunda es que, por suerte, la tan cacareada transición digital sigue siendo
de momento reversible, y la gente aún guarda -- además de una radio a pilas y algo de calderilla -- la sana costumbre de salir a la calle, hacer corro con extraños de carne y hueso, organizarse, preocuparse de los vecinos y echar una mano en lo que haga falta.
Benditas sean la luz del sol, lo analógico y las analogías.
Y agradecer la tuya por estos de inmensa profundidad
ResponderEliminarEstos escritos, obviamente
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por leerlos y comentarlos.
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