jueves, 26 de septiembre de 2019

Cinismo y ciudadanía.

La convocatoria de nuevas elecciones en nuestro país, las cuartas en cuatro años, representa un rotundo fracaso, no de la democracia en sí, sino del sistema de partidos sobre el que recae el monto mayor de poder político – muy por encima del que pertenece nominalmente a la ciudadanía y que esta solo ostenta, hoy, de manera formal –. La situación es tan grave como el efecto combinado de cinismo y conformismo que genera y que a la vez permite, perversamente, soportarla.

“Cinismo” es un término curioso. Designa tanto la absoluta impudicia con que se engaña a los demás, como la actitud de descreimiento e indiferencia de aquellos a los que se ha engañado ya incontables veces. Lo uno y lo otro parecen sostenerse mutuamente. Así, el increíble cinismo con que los partidos venden estos días su fracaso y descuido del interés publico (en pos del interés propio) como si fuera un heroico auto-sacrificio, un defecto del sistema, o un exceso de ambigüedad del electorado, parece sostenerse en que una actitud distinta –  crítica y honesta – generaría tal reacción de cinismo en los ciudadanos que no valdría la pena siquiera correr el riesgo de intentarlo.

Si partidos y ciudadanos empatan en cinismo, no andan menos parejos en conformismo. El silencio corporativo y la completa ausencia de debate (por no hablar de dimisiones) en el seno de los partidos tras estos días aciagos es análogo al silencio indiferente de la mayoría. Todos parecen tenerlo claro, de manera que, en el fondo, nadie engaña ya a nadie. Los ciudadanos saben perfectamente que estamos donde estamos por simple calculo y hambre de poder (y no por interés de estado, desarreglos programáticos o presuntas – e infantiles – desavenencias personales). Y los políticos saben que lo sabemos – aunque actúen como si fuéramos bobos de feria –  y que, no obstante, vamos a seguir votándoles por puro amor al orden. Todos, en fin, nos engañamos de forma más o menos rutinaria o inconsciente, con la certeza de que no hay nada (mejor) más allá de este patético juego de complicidades. 

Ahora bien, sería insensato pensar que esta situación de deterioro puede mantenerse a perpetuidad. De hecho, las partitocracias occidentales están cercadas por diferentes versiones (populismo, antiparlamentarismo, ultranacionalismo, fundamentalismo...) de la tiranía que ya los filósofos clásicos concebían como el fruto degenerado de la democracia – y del que la historia nos ha dejado muestras más que suficientes –.

¿De qué forma se podría evitar esta debacle?... Sobre este asunto tratamos en esta nueva colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.

jueves, 19 de septiembre de 2019

El espíritu de las novatadas


Las novatadas universitarias no son una broma ni un juego inocente. No existen los juegos inocentes. Todos transmiten ideas y valores. Todos enseñan a vivir. Las novatadas transmiten la idea de que el poder y la autoridad van ligados no al talento, la sensatez o el respeto por el otro, sino al presunto grado que otorga la veteranía, a la arbitrariedad y a la falta de escrúpulos. Las novatadas enseñan que para integrarte en el grupo tienes que agachar la cabeza y dejarte humillar y, más adelante, ser tú el que humille al más débil – al recién llegado, al más joven, al que todavía no sabe... – .

Las novatadas no son una forma adecuada de acoger y conocer a la gente. Hay cientos de maneras más civilizadas de hacerlo. La novatadas se asemejan, de hecho, a una ceremonia arcaica de iniciación, un tipo de “rito de paso”. Las ceremonias de iniciación son comunes en muchas sociedades tradicionales, están casi siempre asociadas a los varones (sirven para convertir en “machotes” a los jóvenes tras una primera educación a cargo de las mujeres), y consisten en someter al individuo a una experiencia traumática que simboliza la muerte del antiguo yo y el renacimiento a una nueva vida en el seno de grupos (el de los guerreros, la secta, la fraternidad, la “cosa nostra”...) notablemente jerarquizados. A quien tenga alergia al gregarismo, las cadenas de mando y la obediencia ciega, todo esto solo puede parecerle repugnante. De hecho – pero, sobre todo, de derecho – las sociedades que hoy tildamos de “modernas” lo son justo por haber superado estas formas primitivas de instituir los vínculos de pertenencia.

Además de promover el machismo, el sufrimiento gratuito, el servilismo o el aborregamiento, las novatadas obligan al consumo desaforado de alcohol (a imitación, no menos borreguil, de las fiestas universitarias norteamericanas) y pueden generar secuelas morales difíciles de superar, tanto en el agresor (que se daña a sí mismo) como en el agredido (una humillación no se olvida nunca, sobre todo si es injusta o gratuita, por mucho que uno intente “compensarla” infringiéndola a su vez a los que vienen detrás).

Las novatadas tienen, pues, que ser percibidas como una lacra, tal como lo son el acoso escolar o la violencia de género (de los que también se decía que eran cosas sin importancia o poco menos que tradiciones o fenómenos “naturales”). Y como la lacra que son, han de ser borradas del mapa. O bien ritualizadas hasta que de novatadas solo tengan, a lo sumo, el nombre.

Ahora bien, ¿cómo hacer para erradicarlas?... De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí. 

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Psicomercachifles


Me escribe entusiasmado un ex-alumno para invitarme a compartir el “proyecto juvenil” en el que anda metido. Abro el enlace y aparece la web de un evento que, a poco que mires, está entre una demostración de productos, una sesión de coaching para ejecutivos de medio pelo y el show de unos tube-predicadores con ganas de forrarse.   

Nada nuevo bajo el sol – piensas, después de admitir la parte de responsabilidad que te toca como profe – , salvo, quizás, la estética y el medio. Cuando yo era pequeño los charlatanes – corbata, pelo cortado a navaja, enormes maletines –  mendigaban de puerta en puerta y los más humildes – con sus lociones milagrosas y sus prodigiosos mondapatatas – sobre un cajón en el mercado; podías observar como trabajaba el “gancho”, escuchar el emotivo testimonio del neoconverso, o pasmarte con la candidez del pardillo que acababa picando; el espectáculo era gratis y educativo. Los pícaros de ahora – con pinta de emprendedores de gimnasio –  son más agresivos: se te cuelan por las redes, te cobran por adelantado y te abducen en cuerpo y alma... Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Odio a los árboles


El filósofo de moda, Han, se equivoca. Mucho antes de que triunfara lo que él llama la “estética de lo pulido” (esa que de los edificios transparentes a la depilación integral va asemejándolo todo a una reluciente pantalla de móvil), el gusto hortera por el pelo engominado, el inmaculado salón de las visitas y el tenerlo todo como una patena era ya tendencia mundial entre cuñados y cuñadas, víctimas todos de ese mismo horror apolíneo a lo vivo del que cubre de cemento plazas y paseos y que, si pudiera, alicataba también el mar y dejaba el Amazonas liso y oliendo a Mr. Proper. ¿Será todo por esa magnética belleza que dicen que tienen los desiertos? Ni idea. Pero en la imaginación de mis paisanos el paraíso ya no tiene árboles – esos que con sagrados o profanos motivos han adorado todas las culturas –  sino una inmensa superficie de hormigón con un parking debajo. Para que los coches – al menos ellos – estén eternamente fresquitos. ¿No es para colgarse? Aunque sea de una farola... Del odio a los árboles va esta última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí


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