domingo, 25 de noviembre de 2012

Una microreflexión sobre la violencia


¿Es la violencia consustancial al ser humano y, por tanto, algo (lamentablemente) inevitable? En algunas personas está instalada esta creencia (que ellos creen justificada por la ciencia: la biología, la psicología, etc.). Este fue, además, el asunto que discutimos ayer, a propósito del Día internacional de la violencia de género, en la tertulia radiofónica del programa Nunca es tarde, en Canal Extremadura. 

Es violencia, en general, forzar la naturaleza de algo o de alguien, esto es: obligarlo por la fuerza a ser lo que no es o no quiere ser. Es violencia cortar una flor (en la medida en que está en su naturaleza crecer) o enjaular un pájaro (en cuya naturaleza esté volar) o violentar a un ser humano (en cuya naturaleza está actuar por su propio criterio y libre voluntad).

Ahora bien, dado que la violencia parece ser un hecho generalizado (tanto en la naturaleza como en el ámbito humano) resulta tentador pensar que en la naturaleza de los seres está el “forzar a otros” o el “ser forzados por otros”, es decir, que la violencia es consustancial al mundo. Así, en la naturaleza de muchos animales (incluido el animal humano) estaría matar, violar, dominar por la fuerza a otros, etc. Y en otros (los más débiles) ser matados, violados, dominados, etc. La violencia parece, por tanto, inevitable, natural.

¿Por qué me parece falso esto? En primer lugar porque disuelve el problema (sin resolverlo). Si la violencia (forzar la naturaleza de algo) es esencial a la naturaleza de los seres (si las leyes de la naturaleza  o de la realidad decretan la necesidad del uso de la fuerza), entonces no es posible violencia ninguna. O, mejor, lo violento sería no ser violento. Así, un león vegetariano, o un Estado pacifista, estarían violando, según el argumento, su propia naturaleza. Y también la gacela o el súbdito al resistirse o rebelarse (al menos, más allá del punto en que esta resistencia o rebelión hace más fiero y efectivamente violento al león o al gobernante).

Ahora bien. Ninguna ley de la naturaleza obliga a ser violentos, ni siquiera a los leones. Y si alguna lo hiciera, aun quedaría apelar a una ley más fundamental (y no menos natural o real): la ley moral, que aún obliga más, al menos a los seres –como nosotros—que la tienen.

Contra el naturalismo más cientifista (que esta en la base de la creencia en la inevitabilidad de la violencia) hay que argüir que hay leyes y leyes, y no todas al mismo nivel. Las particulares leyes de la naturaleza que descubre la ciencia están subordinadas a las leyes (no científicas) que determinan lo que es ciencia y no lo es, lo que es verdadero y falso, y también lo que es bueno y malo. Todas estas, las “leyes de la legitimidad” (de la legitimidad epistémica y la legitimidad moral), no necesitan el aval de los hechos (al revés, los hechos las necesitan a ellas, pues nada es verdaderamente un hecho si no se ajusta al criterio previo de “que ha de ser un hecho”, ni ninguna verdad se desprende de hechos sin el criterio epistémico previo de que “la verdad está en los hechos” –lo cual no es, claro está, ningún hecho—). Pero es que, además (y a la vez), estas mismas “leyes de leyes” son hechos innegables. Es un hecho que consideramos a una creencias verdaderas y a otras falsas o erróneas. Y es un hecho que juzgamos las cosas y las acciones como buenas y malas (y que actuamos en consecuencia, contrariando, incluso, algunas de esas leyes naturales, como cuando alguien hace huelga de hambre o sacrifica su vida por una idea). Incluso si, amplificando el concepto de “natural” (hasta identificarlo con el de “realidad”), supusiéramos que también son de alguna forma naturales la reflexión y la moral, tendríamos que reconocer que en nuestra naturaleza o realidad (en nuestra esencia) está el juzgar los hechos y las creencias según criterios que necesariamente los trascienden.

La violencia no solo es ontológicamente innecesaria (existe pero podría no existir), sino moralmente cuestionable (existe pero quizás debería no existir).

Por lo primero, ninguna ley o teoría científica justifica la idea de que la naturaleza sea el reino de la violencia. Más bien es lo contrario: en muchísimos casos evolucionan mejor los organismos que se asocian y cooperan por interés mutuo. Esto incluye a los organismos sociales más complejos, tal como las culturas humanas. El hecho de la violencia no justifica, además, ninguna necesidad legal. Del hecho de que exista violencia (o cooperación, o linces ibéricos, o el hecho que sea) en la naturaleza no se deduce que tenga que existir siempre o necesariamente.

Pero incluso si aceptáramos como verdadera la creencia de que la violencia es un rasgo necesario, esencial, por definición, de la naturaleza (y, por extensión, de la naturaleza humana), esto tampoco nos obligaría a aceptar moralmente dicho rasgo. De hecho, la violencia genera rechazo moral y esto nos obliga a pensar que, o bien tenemos una naturaleza extraña y contradictoria (naturalmente violenta pero, a la vez, capaz de rechazarse a sí misma), o bien que no todo en nuestra naturaleza (o esencia) es “natural”. Tenemos una dimensión moral (y que esto sea un “estrato” de lo natural o algo trascendente a la naturaleza es irrelevante ahora mismo). Nuestra naturaleza se abre al juicio, a la esfera de lo valioso. Y como seres naturalmente juiciosos que somos, estimamos la violencia como un fenómeno juzgable y, en la medida en que es juzgado como negativo, inaceptable y evitable.

¿Por qué es inaceptable la violencia (no solo de género, sino todo género de ella)? Desde los presupuestos de una ética racional, por pura consideración del más preclaro principio de identidad. Todo ser tiende a ser lo que es. Y para un ser racional y autónomo, como estimamos que es el ser humano, ser lo que es equivale a conducirse según su propio criterio. Por convicción, no por coacción. Violentar a una persona es, en todos los casos, intentar forzarla a actuar según criterios heterónomos: por una fuerza externa a si misma. Es decir, intentar obligarla a que haga lo que no quiere, o lo que es igual: intentar obligarla a que sea lo que no es. A que se “contradiga” a sí misma. Esto, sea el grado que sea en el que se logre (en un grado profundo es imposible, como toda contradicción lo es), es destructivo. Pero no solo para el agredido, sino también para el agresor. Incluso más aún para él. 

El agredido se limita a recibir la violencia, casi siempre en lo más “externo” de su persona: su cuerpo, sus emociones, el estrato más superficial de su voluntad y sus creencias (en su estrato más profundo, el pensamiento, nadie puede violarle). Pero el agresor padece esa misma violencia es lo más íntimo y propio: en la intención consciente de ejercerla; en el error de creer que de violentar o negar la identidad a algo puede obtener algo más que pura disgregación: nada. El agresor (y no el agredido) es el que niega su identidad como ser racional.   
   
Si la violencia es contradicción y desintegración en uno mismo, y entre uno y su (otro) semejante (lo cual es casi lo mismo), lo único que cabe contra ella es educación y amor. Es completamente absurdo intentar acabar con la violencia (desvelándola como innecesaria y estéril) mediante el recurso (igualmente innecesario y estéril) a la violencia. No hay violencia realmente legítima. Nunca, jamás, se ha corregido o construido nada esencial con la violencia. Todo, hasta lo más nimio, ha sido hecho por amor, es decir: por el deseo de identidad con lo que intuimos que se nos asemeja y puede contestarnos desde el mismo deseo y el mismo lógico derecho a la integridad. 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Instrucciones (platónicas) para ser bueno y feliz


1. Sé tú mismo, pero el de verdad. No puedes ser lo que te de la gana, sino solo lo que ya eres (tras descubrirlo). Además es solo de eso (en el fondo, si te sabes observar) es de lo que tienes verdaderas ganas.

2. Sé tú mismo, pero lo mejor posible. Nadie puede quererse o estimarse sabiéndose menos de lo que puede ser. Busca ser un ser humano virtuoso del mismo modo que un músico busca ser un músico virtuoso, o un zapatero busca ser un zapatero virtuoso: haciendo lo que te define (como ser humano) con la mayor competencia con la que seas capaz.


3. Vive de acuerdo a la razón. Piensa en lo que eres y te darás cuenta que “estás” en la mente, no en las neuronas o en el ombligo. Y date cuenta, también, que, en la mente, estás en ese “tú” que cuenta, piensa y razona, incluso cuando piensas y razonas que eres otra cosa que razón. Eres un ser racional, así que hazte el favor de compórtate plenamente como tal.

4. Amalo todo, pero, sobre todo, ama el conocimiento. Todos intuyen que una buena vida es aquella que crece en la búsqueda y la unión con lo que nos perfecciona (lo bello, lo bueno, lo verdadero...). Pero solo los más mendrugos creen que lo bello es bello sin ser nada más que bello (y aman las cosas y los cuerpos), o que lo bueno es lo que, sin más, está mandado (y aman la estima de los demás más que a sí mismos). Solo el que conoce ama (lo que es de verdad, lo que de verdad es bueno, lo perfectamente bello). Solo el que conoce ama a cada uno hasta el mismo fondo, y ama lo mismo en el fondo de cada uno. Solo ese se reconoce en todo y, desde él, nada es doble, separado, extraño, odioso...


5. Actúa por entusiasmo. Si tu energía y tu valor es por miedo (al castigo, o al castigo de quedarte sin el premio), tu valor es cobardía, tu acción es pasión, tu actividad pasividad... Solo actúas, de verdad, cuando lo que haces vale de verdad y es en sí mismo el premio. Comprender lo que algo vale es lo mismo que querer hacerlo. La voluntad no es un látigo, sino un entusiasmo que te desborda y se torna acción en el mundo.


6. Modera tus pasiones. Reduce tus necesidades y prefiere aquellas pasiones y placeres cuya ausencia o exceso no suponga dolor. Serás más feliz si tus placeres son la música o la amistad, en lugar de la embriaguez de alguna droga o la pasión por algún cuerpo. La pasión no es más acción, sino menos: padecimiento, enfermedad.

7. Cultiva la armonía en el alma. Como si tu alma fuera un maravilloso instrumento musical en el que la razón fuera la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión, las emociones...) se armonizaran con ella formando un sublime acorde.

8. No juzgues con severidad a nadie. Nadie actúa con maldad, sino con una bondad mal concebida. En lugar de castigarles, enséñales.

9. Prefiere sufrir un "mal" a cometerlo. Cuando el mal o equivocación lo cometen contra ti, es tu cuerpo el que padece, es solo pasión lo que sufres. Pero cuando el mal o error lo cometes tú, es el alma la que se daña a sí misma.  



martes, 6 de noviembre de 2012

Filosofía, ciencia y mito.



Me pregunto qué pensaría un escritor o un profesor de literatura si oyera decir al presidente del Instituto del Cómic del Consejo Superior de Investigaciones Literarias (el CSIL) --caso de que existiera-- que el cómic es la literatura de hoy, que satisface todos lo que se exige a la literatura, que la literatura clásica está obsoleta, y que la palabra sin el respaldo de la imagen carece de valor literario. ¿Qué sentiría si, además, dichas opiniones fueran emitidas con absoluta seguridad, como verdades obvias (y que, además, comprendiera que, en efecto, tales opiniones pasan por obviedades para el sentir común)?
 
El domingo pasado escuchaba por la radio al presidente del Instituto de Física Teórica del CSIC decir que la física es la filosofía de hoy, que satisface todo lo que se exige a un conocimiento racional sobre la realidad, que la filosofía clásica está obsoleta, y que las especulaciones sin el respaldo de los experimentos no tienen valor cognoscitivo.

Nada nuevo bajo el sol. La vieja osadía de la nueva ignorancia. Pero...¿He dicho nueva?

En la entrada anterior a esta escribía sobre el poco sentido que se le atribuye a la filosofía en la educación secundaria. Ahora no puedo dejar de pensar en lo fácil que es, sin embargo, percatarse de todo lo contrario, de su absoluta utilidad. En segundo curso de bachillerato comenzamos estudiando la rudimentaria (y aún empapada de mitología) filosofía de los primeros filósofos griegos, también llamados “fisicos”: Tales de Mileto, Anaxímenes, etc.  ¿Haría falta mucho esfuerzo para colocar entre ellos a la generalidad de los físicos actuales? Ninguno. Cometen todos y cada uno de los errores lógicos del atomista más tosco y primario (incluso, en ocasiones, con menos conciencia de tales errores). ¡Y estamos hablando de los filósofos más simples! ¿Podrían llegar las teorías físicas contemporáneas, en cuanto a sus supuestos ontológicos y epistemológicos, al nivel de exigencia racional y de profundidad de teorías filosóficas como las de Platón o Aristóteles? Ni por el forro. La ciencia moderna está presa de la más ingenua y dogmática filosofía que quepa concebir

Pues bien, solo por esto, por la necesidad de estimular la necesidad de los seres racionales de crecer y dejarse de cuentos, es ya imprescindible la filosofía en la educación. No ya solo como liberación frente a los mitos del saber común o de la religión. Sino, más aún, frente a esos otros mitos, más peligrosos en tanto no son tomados como tales, que hoy llamamos teorías científicas.





viernes, 2 de noviembre de 2012

¿Qué sentido tiene la filosofía en la educación secundaria?




Como es habitual en cada reforma educativa, la filosofía vuelve a estar en el aire (o en las nubes, como los filósofos de Aristófanes), y algunos profesores de filosofía, entre los que me cuento, nos reunimos (también como nubes) a tronar y alumbrar argumentos que justifiquen ante la sociedad la pertinencia de la filosofía en la educación secundaria. ¿Es posible dar algún argumento poderoso (es decir, no taimadamente “gremial”) a favor de esta pertinencia? Como comentaba a algunos compañeros en la última reunión de la Plataforma para la defensa de la filosofía en Extremadura, la respuesta dista mucho de estar clara. A mi modesto entender son dos los argumentos que se suelen esgrimir para justificar la presencia de la filosofía en secundaria, y los dos son demasiado fácilmente contestables por la opinión común (más por lo que esta tiene de "opinión" y de "común" que por otros más serios motivos, pero así es).

  1. El argumento del valor procedimental o instrumental de la filosofía. Según este argumento, la filosofía es necesaria como un conjunto de técnicas de razonamiento lógico, crítico y dialógico, por las que el alumno aprende a argumentar y contrastar racionalmente sus opiniones; estas técnicas son, por lo demás, de sumo interés para el logro de una ciudadanía políticamente activa y responsable.
Réplica común: El razonamiento lógico, crítico y dialógico es una habilidad que ha de enseñarse de modo transversal, en todas y cada una de las materias. ¿O acaso pretende el profesor de filosofía que solo en sus clases se piensa, se argumenta, o se debaten críticamente las cosas? No se puede tachar sin más al resto de las materias de simple colección de contenidos impartidos de forma irracional o acrítica. El profesor de matemáticas, lengua, historia, economía, etc., dirán que entre sus objetivos también está el de enseñar al alumno a pensar, a justificar racionalmente la validez de los contenidos (los teoremas, las leyes de la economía, etc.) y a tener una visión crítica (de los sucesos históricos, de los movimientos artísticos, etc.).

  1. El argumento del valor de los contenidos propios a la filosofía. Según este argumento, la filosofía es valiosa por los asuntos de que trata, que no se pueden tratar en ninguna otra asignatura y que tienen un indudable valor científico o teórico, y una gran utilidad práctica. Por lo primero, la filosofía supone una tipo específico de reflexión teórica acerca de la realidad y sus subconjuntos (la realidad humana, la realidad del conocimiento, etc.). Por lo segundo, la filosofía proporciona un marco de reflexión racional práctica acerca de los valores (la ética, la política, la estética, etc.).
Réplica común: El valor teórico de la filosofía es muy limitado. Lo que tenga que decir sobre la realidad lo dice mejor y con más precisión la ciencia (¡en donde también existe la reflexión!). La metafísica ha muerto, como Dios ("¡eso de la metafísica es cosa de curas!", he oído más de una vez a algunos profesores de filosofía). Y lo que le queda (ser filosofía de la ciencia o el lenguaje, etc.) es de un “meta-nivel” tal que queda muy lejos de lo que hay que enseñar en secundaria (mejor reservarlo para facultades especializadas en filosofía). El valor práctico también es muy ambiguo, pues por un lado la ética y la política no son ciencias, y si no son ciencias no tiene sentido enseñarlas en la escuela (nuestra sociedad sitúa justamente los valores en el ámbito de la subjetividad, de lo privado, por lo que es en esa esfera –la familia, las experiencias particulares, etc.— donde deben ser fundamentalmente transmitidos). De otro lado, si queda algo que enseñar en ética o política, como informar y debatir acerca de ciertos mínimos éticos y políticos comunes –los principios constitucionales, por ejemplo—, esto no parece que tenga que ser prerrogativa del profesor de filosofía. Cualquier profesor, como ciudadano y pedagogo, está preparado para informar y debatir sobre estos asuntos con los alumnos (¿O es que vale más o tiene más calidad el voto de un filósofo que el de un historiador, un economista o un profesor de educación física?)

Aunque no compartamos estas "replicas" (yo, al menos, no las comparto en absoluto), hemos de reconocer su fuerza de convicción en el entorno que nos rodea (incluyendo en él a muchos compañeros del gremio). Creo que el grueso de la opinión pública los compartiría. Y los políticos, que son los representantes de esa opinión, obviamente, no van a contradecirlos. 

Haciendo un poco de caricatura, los políticos y gentes de izquierdas piensan que la filosofía es algo de otro tiempo, que la metafísica es “cosa de curas”, y que lo que queda es convertir a la asignatura en divulgación científica y en teoría política (barriendo de paso para casa). De ahí los programas vigentes (esbozados en la época del PSOE) en primero y segundo de bachillerato (divulgación científica, antropología, psicología, sociología, etc. en primero; textos de carácter político, insistiendo en Ilustración, Marx, Escuela de Francfort…en segundo). Los de derechas piensan, por el contrario, que tal vez la filosofía tenga todavía algo que decir teóricamente (hay algo más allá de la ciencia, y cerca de Dios, claro), y es ese su escaso papel, pues sobre los valores éticos y políticos se ha de respetar la absoluta libertad de cada cual y, por tanto, no han de ser materia curricular (la escuela transmite conocimientos, no adoctrina –para eso ya esta la familia, la parroquia, el club de golf o la cédula anarquista, según escoja uno libremente—). Hay que añadir que en esta defensa de la libertad o el libertinaje liberal en materia de valores coinciden a menudos los de izquierdas y los de derechas (ambos coinciden que la ética y política no es materia racional, unos porque la ética no es de ciencias, y otros porque la ética es asunto de Dios, y en cierta medida ámbos porque la ética es cuestión de cada individuo y sus particulares creencias, laícas o religiosas).

¿Qué cabe hacer ante este cúmulo de opiniones vigentes? De entrada, reconocer que lo tenemos crudo. Que hay una gran probabilidad de que la filosofía, lenta pero inexorablemente, vaya convirtiéndose (y da igual el partido y la reforma educativa de la que se trate) en una asignatura residual. No es necesario que esto ocurra, claro, pero si tenemos alguna salvación sí que es necesario que (como mínimo):

(a) Sepamos defender (con razones de verdad, no sofismas interesados) el valor de los contenidos que identifican a la filosofía con una ciencia de primer orden (no de segundo): la ontología, la epistemología, la antropología y psicología filosóficas, etc., en el sentido más fuerte. Y que, por tanto, podamos defender la necesidad de una asignatura de filosofía teórica en la que se trate de asuntos tanto o más reales que aquellos de los que habla la física o la historia, e impartida por especialistas en tales asuntos ontológicos y epistemológicos (y no por meros aficionados a la divulgación científica). A propósito de esto no deja de ser divertido notar que en el ámbito de la filosofía anglosajona se vuelve desde hace muchos años, y sin complejo alguno, a la ontología y la epistemología más estrictamente filosóficas, mientras que aquí (en el culo del mundo) las despreciamos en nombre de todo lo que suena menos filosófico: la filosofía de la ciencia, la sociología marxista, etc., como si así fuéramos más rabiosamente contemporáneos (o, peor aún, como si esto fuera lo único que cabe ya hacer a la filosofía)

(b) Sepamos defender (a contracorriente de la ideología imperante) que la esfera de los valores (la ética, la política, la estética) está tan sujeta a la racionalidad como cualquier otro ámbito de la realidad y que, por tanto, es imprescindible una asignatura de ética (de la ciencia de lo bueno y lo justo), impartida por especialistas en la cuestión (y no por relativistas diletantes o por descarados ideólogos en pos de la revolución o de la reacción).

(c) Hagamos nuestros, en la teoría (¡y en la práctica!) educativa, los principios pedagógicos más coherentes con los contenidos de nuestra materia: el método dialógico en las clases, el escrúpuloso respeto por la autonomía racional y la libertad de pensamiento y expresión de los alumnos, el desprecio de toda coacción o argumento de autoridad en el trato con ellos, el uso ejemplar de la racionalidad en todos y cada uno de los avatares que ocurren dentro y fuera del aula, el rechazo de todo sistema de trabajo que no sirva a la actividad racional (la memorización de contenidos, la mera preparación técnica para superar exámenes estandarizados, la clase magistral, etc.).

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