El cambio climático se acelera. Según nos dice la AEMET desde
los años 60 llueve casi un 20% menos, y en los últimos decenios se
han acumulado los años más secos y calurosos jamás vistos. “The
summer is coming”, podrían decir los personajes de Juego de Tronos
contemplando el paisaje, agostado ya, de Los Barruecos. Las consecuencias del cambio climático son claras (desertización,
incendios, subida del nivel del mar, fenómenos meteorológicos
extremos…). Y la causa principal, reiteran los informes
científicos, también: el incremento de gases de efecto invernadero
fruto de nuestra manera de vivir, producir y consumir.
Ahora, la pregunta del siglo. ¿Por qué no hay una reacción más
enérgica a la crisis climática (más allá de las tibias medidas
acordadas – y sistemáticamente transgredidas – hasta ahora)? La
respuesta es compleja, pero se pueden señalar algunos factores de
naturaleza psicológica y ético-política.
Entre los elementos psicológicos más desmotivadores esta la
complejidad con la que se percibe cualquier solución a escala global
(poner de acuerdo a cientos de países, y a miles de millones de
individuos, cada uno con sus problemas e intereses, es un logro
improbable). Otro agente desmoralizador es la falta de visibilidad de
alternativas viables y atractivas (afrontar la crisis climática
exige cambios en nuestra manera de vivir, pero ¿cuáles y hasta qué
grado?). Por último, los efectos más palpablemente catastróficos
parecen todavía relativamente lejanos – y ya saben que solo nos
inquieta de veras lo que experimentamos como próximo o inminente –.
En todo caso, los principales obstáculos para afrontar con
firmeza la crisis climática son éticos y políticos. De entrada, no
existe ninguna institución internacional con el poder necesario para
ejercer la coerción legal que exigen las circunstancias. Y no la hay
porque en la mayoría de las sociedades y grupos de poder impera aún
el tipo de “realismo político” que impele a ver el mundo como un
juego de tronos en que la lucha por la hegemonía y el beneficio
particular se concibe casi como una ley de la naturaleza; creencia a
la que hay que añadir el dato – importante – de que los efectos
del cambio climático no resultan igual de perjudiciales para todos –
y que quien sepa aprovechar esa ventaja se situará en una posición
de indudable privilegio –. Este “realismo político” y el modelo moral adyacente –
fundado en valores como la competencia, la acumulación de bienes
materiales, la lealtad exclusiva a los “tuyos”, la
instrumentalización de los demás, etc. – son, en el fondo, los
principales obstáculos en la lucha contra el cambio climático, y no
son, en absoluto, fáciles de eliminar.
Repárese en que la principal argumentación que suele oponérseles
es del todo inofensiva: la presunta obligación ética que tenemos
con las generaciones futuras. La respuesta del realista a este
imperativo moral es, para él, más lógica que cínica: “¿Por qué
voy a moderar mi bienestar presente por el de personas que no solo no
conozco, sino que ni siquiera han nacido?”. Racionalmente (si
utilizamos el término “razón” en sentido moderno) no hay ningún
motivo para solidarizarse con quien no te puede pagar el favor.
¿Sacrificarte gratis? ¿Por qué?
El gran problema de la “ética del deber” (aparentemente
contrapuesta a la del interés) es que carece de fundamentación
racional desde los presupuestos del pensamiento contemporáneo. Si
todo lo que hay es lo que la ciencia dice que hay, es de locos
preocuparse por nada que no sea el “carpe diem” horaciano. El
futuro, la salvación, la permanencia de vida humana sobre la Tierra…
son anhelos puramente metafísicos. En el mundo físico nada
permanece realmente y no hay nada, pues, que “salvar”, ni futuro
o sentido alguno por el que sacrificar el ahora. ¿Entonces? Afrontar la crisis climática que se avecina exige una
revolución moral e intelectual: superar la moral y la metafísica
pobre que representa el materialismo, y reconsiderar más profunda y
racionalmente las cuestiones fundamentales acerca de la naturaleza de
lo real, de lo que somos los humanos, y de lo que, en consecuencia,
debemos creer, hacer y esperar.
Este artículo fue publicado en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo original pulsar aquí.
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