Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Siendo niño, solía leer una revista del corazón
que andada a menudo por casa. Era cutre y sensacionalista a más no poder, pero
tenía una sección que me llamaba mucho la atención. Se llamaba «Qué hubiera sido de mi vida si…» y en ella los lectores imaginaban cómo hubiera cambiado su
existencia si hubieran tomado decisiones distintas a las que en su momento
tomaron. Aunque en la revista se insistía en la importancia de las decisiones
personales, a mí me daba por pensar en aquellas circunstancias sobre las que no
tenemos ningún control (si es que en las «decisiones» tenemos
alguno). ¿Qué hubiera sido de mi vida si… hubiera nacido en otro lugar, si mis
padres fueran más ricos, si fuera más alto y guapo?
Hace más de cincuenta años, el filósofo
John Rawls utilizó el término «velo de
ignorancia» para nombrar la
hipótesis que, según él, deberíamos asumir antes de juzgar si algo es
políticamente aceptable. La hipótesis consiste en imaginar que no sabes qué
lugar te va a tocar ocupar en una sociedad dada (si vas a ser varón o mujer,
sano o discapacitado, rico o pobre…), ¿qué principios, leyes o medidas a
implantar te parecerían entonces justas o injustas? La propuesta es que, antes
de promover o apoyar una ley, imagines cómo sería tu vida bajo ella en el caso
de que hubieras nacido pobre, o mujer, o en una familia o región más deprimida
que otras…
De todo esto me acuerdo cuando oigo lo
que oigo sobre los inmigrantes. Fíjense que la mayoría de los argumentos o
creencias sobre la inmigración se responden de manera simple y contrastando
datos: ¿Traen los inmigrantes más delincuencia? Según los datos de jueces y
policías, no. ¿Nos quitan el trabajo a los nativos? Según empresarios, gobierno
y sindicatos, no (es más: trabajan en lo que no quieren hacer los de aquí).
¿Copan el acceso a los servicios sociales? No: son trabajadores jóvenes y, por
ello, los que más contribuyen y menos necesitan de esos servicios. ¿Suplantan a
la población autóctona? No: más bien son la minoría que la sirve y cuida a muy
bajo coste. ¿Atentan contra nuestra cultura o identidad? No: nuestra cultura
tradicional está siendo transformada – como ha pasado siempre – por culturas
más ricas y fuertes, como ahora la anglosajona, y no o muy superficialmente por
las de los inmigrantes (la mayoría de los cuales, que son latinoamericanos,
tienen la misma que nosotros) …
Pero más allá de estos datos, hay una
cuestión que, para planteársela e intentar responder a ella, es imprescindible
un cierto ejercicio de empatía e imaginación: «¿qué hubiera sido de nuestra vida si fuéramos pobres en un país
pobre y supiéramos que unos kilómetros más allá hay trabajos diez veces mejor
pagados, médicos asequibles, viviendas dignas y parques y escuelas para
nuestros hijos…? ¿No haríamos todo lo posible para escapar de la miseria y
jugarnos la vida en la primera patera que pudiésemos pagar? ¿No haríamos lo
mismo que los inmigrantes ilegales si la inmigración legal fuera poco menos que
imposible?». Piénsenlo. Yo
creo que sí. Ya lo hicieron, de hecho, nuestros padres y abuelos cuando
tuvieron que irse, con papeles o sin ellos, a cualquier rincón del mundo a
buscarse el sustento. Y eso, aunque al otro lado de la frontera hubiera gente
que, como ocurre ahora, los despreciara y estigmatizara azuzados por demagogos
sin escrúpulos.