La gente cree (y se les hace creer) que en España hay
demasiados funcionarios, que la gestión pública es ineficaz y que,
consecuentemente hay que adelgazar la nómina de (y de los) funcionarios, y
privatizar los servicios públicos. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
La primera de estas ideas (España está llena de
funcionarios) es rotundamente falsa. Nuestro país no tiene más funcionarios que
otros países europeos, sino más bien menos (España tiene menos de la mitad de
trabajadores públicos que Finlandia, Suecia o Dinamarca), y mucho más baratos.
Bien es cierto que esos otros países tienen la suficiente educación cívica como
para sus ciudadanos quieran pagar muchos más impuestos y sus funcionarios se
desvivan por el servicio público.
La gestión pública es ineficaz en la misma medida en que se
invierte poco en ella y, en parte debido a esto, a que faltan mecanismos que
aseguren la calidad del servicio (buena formación del personal, adecuados
procesos selectivos, control y supervisión eficaz…). A eso hay que sumar la
endémica desvalorización de lo público y la subsiguiente falta de vocación y de
responsabilidad de muchos funcionarios (que deberían dar ejemplo) y de no menos
ciudadanos. Todo esto, de nuevo, se soluciona con más educación (en el valor de
lo público) y con más impuestos (para lo público). Pero en lugar de eso, aquí
(y en otros países) se recortan los recursos de la educación pública, y cuando
se suben los impuestos se hace como medida excepcional ante una situación de
emergencia económica (y no para invertir en lo público).
Dada la supuesta
ineficacia de la gestión pública y el coste fiscal de mantenerla algunos
preconizan la privatización de dicha gestión. Pero esto no suele mejorar los
servicios públicos (como se ha visto una y otra vez en todos los lugares en que
se ha hecho), sino que literalmente los desmantela o reduce a un mínimo. Y esto
por la sencilla razón de que el objetivo de una empresa (el beneficio económico
individual) es totalmente distinto al objetivo de un servicio público (el bien
de todos). Privatizar los transportes o los hospitales públicos supone,
obviamente, peor servicio y más caro (de algún lado han de salir los beneficios
empresariales). Y sin competencia posible (que es lo que podría obligar a la
empresa a mejorar su servicio y disminuir sus beneficios), pues no hay otra
empresa de metro u hospital con que competir. La única alternativa es, claro
está, ser rico, o que tu papa lo sea, y comprar un coche o acudir a un hospital
de pago.
¿Cómo financiar entonces unos servicios públicos masivos y
de calidad? ¿De dónde han de salir los recursos? De los impuestos, claro. Pero
y los impuestos, ¿de dónde? Un país ha de ser rico para poder pagar los
impuestos tan altos que exige el bien común. ¿Y cómo ser un país rico? A mi
humilde juicio, la riqueza de un país (como por ejemplo el nuestro) ha de
consistir en:
(a) Fomentar e instituir un modo de vida más austero a nivel
personal (las cosas importantes de la vida no valen dinero).
(b) Crear una fuerte conciencia del valor colectivo de los
bienes (las cosas importantes que valen dinero son importantes o buenas para
todos, luego hemos de costearlas entre todos) y, consecuentemente, una buena
disposición para el esfuerzo fiscal dirigido a financiar los bienes públicos.
(c) Apostar pública y privadamente por la economía real (no la especulativa): lo que a largo plazo
resulta competitivo y generador de riqueza es producir lo que la gente realmente
demanda, todo aquello que hace posible la vida y contribuye a llenarla de
sentido: bienes básicos de calidad, salud, energías limpias, innovaciones tecnológicas
que faciliten las tareas, servicios sociales, ocio, bienes culturales, ideas…
(d) Luchar contra la desigualdad económica y social: la
competitividad basada en la disminución de salarios y la desrregulación laboral
no es viable a largo plazo, ni aquí ni en Pekín; una situación en la que menos
de un 1% de la población es propietaria de tres cuartas partes de la recursos económicos es
insostenible.
(e) Desmitificar el poder del poder financiero: este no es
omnímodo ni inevitable; para sujetarlo basta con la voluntad personal (no
prestarse personalmente al juego especulativo) y general (presión pública para
que se someta a la economía especulativa a un régimen fiscal draconiano, así
como para regularizarla políticamente, y a nivel mundial, poniéndola al
servicio del interés común –lo que, con toda probabilidad, acabaría con ella- y
persiguiendo con todo rigor las estafas y las prácticas “terroristas” de las
persona y las instituciones financieras).
(f) Obviamente, y como condición necesaria de todo lo
anterior, fomentar una educación general (que llegue a todos sin excepción),
eficaz (orientada por criterios pedagógicos –la pedagogía debería recibir
tantos recursos, al menos, como los que reciben la investigación física o
biológica--), y dirigida tanto al desarrollo de talentos como al diálogo en
torno a los valores e ideales que nos identifican como personas y como
ciudadanos de un proyecto político común.
Ja, jaa, jaaaa... Victor, cada vez se parece más tu blog al mío (al que yo tenía, "encasadelsombrereroloco").
ResponderEliminarLas dos últimas entradas que has colgado se parecen mas a mí que a ti, y como buena vanidosa que soy me alegro, (me gusta leerte un poco más "mundano").
Un abrazo "indignado", je, je.
Jajaja... Cierto, todo el mundo sensato lleva una Sandraguzman dentro. Y en cuanto a lo volverse mundano es una celeste exigencia, dadas las circunstancias. De todos modos, en cuanto tenga más tiempo, profundizaremos en ética y filosofía política y ahí te quiero ver.
ResponderEliminarUn abrazo en forma de barricada