Se está hundiendo el
barco, y el capitán y los contramaestres discuten ardorosamente
durante horas sobre quién debe ceder el paso a quién en el comedor.
El espectáculo que está dando el PSOE, y que ya denunciaba el
propio Patxi López hace un mes, es lamentable. Mientras la
ciudadanía espera que su soberana voluntad se plasme en un programa
concreto de acciones legislativas y ejecutivas, y en un gobierno que
las lleve a cabo, el PSOE, el partido que, en efecto, tiene la llave
de la gobernabilidad, insiste en discutir sobre presuntas
humillaciones y desplantes. Amén de manifestar una escandalosa
hipocresía con respecto al asunto nacionalista.
El PSOE, que hasta ayer
machacaba al PP por no querer sentarse a dialogar con los
nacionalistas; el mismo PSOE que defendía soluciones políticas
frente a la obsesiva judicialización del problema por parte
del PP; el mismo PSOE que, previendo pactos de investidura, ha
negociado (¡y prestado senadores¡) para que ERC y DiL tuvieran
grupo propio en ambas cámaras. Ese mismo PSOE resulta que, ahora,
nada quiere con los nacionalistas. Ni su apoyo. Ni su abstención. Ni
sentarse a hablar. Copiando, exactamente, la línea de actuación del
PP. Es obvio que hay motivos electorales detrás. Está claro que
están pensando (como todos) en unas probables y próximas
elecciones. Pero en su afán por comerse votos del PP y Ciudadanos,
el PSOE está dando un espectáculo de casino de pueblo, además de
un varapalo (tal vez el último que se permiten) a su electorado
genuino.
Mientras Podemos
anuncia consultas a sus bases, el PSOE convoca un Comite Federal que
ofrece, de nuevo, una imagen inoportuna, más parecida a una
conferencia episcopal de santos barones,
o a un consejo de administración, que a una reunión política del
partido obrero y socialista que aún pervive, milagrosamente,
en el imaginario de sus electores. Para colmo de males, se le da
pábulo a personajes con un crédito ya muy dudoso, como al cínico
González, que representa cualquier cosa menos a un viejo luchador
socialista. O a la vieja guardia de Corcuera y compañía, que se
reúne a cenar y soltar barbaridades, como muy bien puede hacer un
grupo de jubilados (con esa soberbia condescendiente que da la
edad), pero no unos representantes políticos (aunque sean
honorarios) en un contexto como el presente. Todo este espectáculo
repele al electorado de izquierda. Y tampoco acaba de atraer al de
centro derecha, que percibe un partido dividido y debilitado, en el
que cuesta trabajo confiar.
¿A qué diablos está
jugando, entonces, el PSOE? Descartado el pacto, suicida, con el PP,
y el otro, prácticamente inviable, con Ciudadanos, solo tiene dos
opciones: la alianza con Podemos, IU y los partidos nacionalistas, o
apostar por unas nuevas elecciones (probablemente, con un nuevo
candidato). Pero esta última opción también parece muy arriesgada.
El PSOE podría aspirar a ganar algunos votos de un PP en plena
descomposición, y de Ciudadanos, que parece noqueado y falto de
protagonismo tras las elecciones. Pero el electorado del PP es muy
estable, y una renovación populista de sus líderes (sustituyendo al
exhausto Rajoy), sumada a los efectos de la campaña del miedo a
Podemos, podría levantar de nuevo al electorado pepero, al que se
sumaría parte del de Ciudadanos. Y por el otro lado estaría la
amenaza cierta de Podemos, que ha demostrado (y escenificado a la
perfección) ser el único partido con iniciativa política y con
verdaderas ganas de cambiar este país, y que engordaría, sin duda,
y tal vez mucho, con los votos que el PSOE deje abandonados a su
izquierda.
Quizás hay una salida
para el PSOE, y más segura que la de adelantar elecciones. Consiste
en hacer a Podemos una oferta que no pueda rechazar sin
quedar en evidencia ante su propio electorado. Una
oferta que tendría que ser espectacular: un conjunto
amplio y profundo de reformas en política económica, social e
institucional (todas las que se
puedan realizar o, al menos, comenzar a gestionar pese al control del
PP sobre el Senado y otras instituciones ). A cambio de este programa
extraordinario y urgente de medidas, Podemos moderaría
definitivamente su mensaje independentista y su afán de protagonismo
político. En el otro lado de la cuerda, el PSOE debería tender una
mano firme (pero decidida al diálogo) a los nacionalistas, y
convencerles de que, una vez han obtenido todos los réditos
electorales posibles del frentismo
con el PP, ahora toca arbitrar una solución razonablemente aceptable
entre todos y para todos; una solución que incluya el compromiso de
una revisión completa del texto constitucional a medio plazo y con
todas las de la ley. Todo esto no es, en el fondo, tan difícil. Se
llama hacer política.
Esté artículo fue originalmente publicado en el Correo Extremadura (2 de febrero de 2016)
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