A veces les suelto a mis alumnos la típica “filípica de los
niños pobres”. Ya saben, aquello de “no sabéis la suerte que
tenéis por venir a la escuela en lugar de estar trabajando o
malviviendo como otros chicos de vuestra edad”. La moralina es un
poco tramposa (“siempre hay algo peor, así que confórmate con lo
que se te da”) pero sirve, en ocasiones, para debatir sobre el
asunto: ¿por qué algunos niños y adolescente pueden ir a la
escuela y otros no?
Para actualizar el tema saco a colación la polémica en torno a
los “menas”, los menores inmigrantes que han llegado solos a
nuestro país y a los que, desde algunos sectores – siempre fieros
con los más débiles – se pretende estigmatizar. ¿Por qué
algunos niños disponen de un entorno seguro en el que se les cuida y
educa – les pregunto entonces – y otros tiene que
emigrar para ganarse – o salvar – la vida?
Una vez confrontados y descalificados los demás motivos
anteriores, brota, al fin, el más contundente y emocional: “¡Es
que vienen a delinquir!”. Igual que antes, y haciendo caso
omiso de los datos que la desmienten, les doy por buena la hipótesis.
Vale – les digo –, ¿y qué haríais vosotros en su lugar? Como
se quedan callados, les pregunto: ¿Habéis visto Joker? (la
superproducción de moda, una buena peli para
adolescentes). Pues bien – les cuento – si siendo un niño me
hubiera tocado a mí escapar del hambre o la guerra, cruzar solo
miles de kilómetros, ser asaltado, acosado, y jugarme la vida en una
patera para que, al final, en lugar de cuidarme o ayudarme, se me
atacase y tratase como a una escoria... ¡Os juro que a mi lado
el Joker iba a parecer una hermanita de la caridad!...
“¡Hala, profe, entonces serías malo!” – exclaman –. A veces
– les provoco – ser malo parece la única forma de
salvar la dignidad y luchar por la justicia. “Pero entonces –
repara uno – sí que estaría justificado castigar o expulsar a
esos niños”. “¡Con lo que se volverían más rabiosos y malos
aún!” – dice otro –. “¡Sería la guerra!” – añade el
primero –. Violencia o justicia. ¿Hay alguna otra alternativa? –
les pregunto entonces yo –. “Si – dice alguien –: que luchen
pacífica y políticamente para cambiar las cosas. Aunque para eso –
continua tras un momento de reflexión – tendrían que ir a la
escuela, y tener cultura, y papeles, y gente que los apoye, y...”
“¡Vamos – le interrumpen –: ser como nosotros!”.
Equilicuá, pienso yo, mientras me delata una sonrisa... (
De esto
trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura.
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