miércoles, 15 de junio de 2022

Contra la positividad corporal: los feos también existen.

 

Esté artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.

El movimiento por la “positividad corporal” abriga el ideal de que todos los seres humanos deben tener una imagen corporal positiva de sí mismos, y se opone a que la sociedad promueva estándares de belleza poco realistas o inclusivos, abogando por la representación de todos los tipos de cuerpos, especialmente en ámbitos como los de la moda o la publicidad. Sin embargo, y aunque tras estos propósitos hay una innegable buena intención, es conveniente que los pensemos más a fondo.

En primer lugar, que todas las personas tengan una imagen corporal positiva de sí mismas no debe confundirse con pensar que todos los cuerpos son indistintamente bellos. Esto no es ni lógica ni fácticamente cierto. No lo es lógicamente, porque la belleza sería indistinguible si nada se le opusiera o limitara (¿cómo distinguir lo bello si no existe más que eso?); y no lo es desde un punto de vista fáctico porque, de hecho, todos tenemos criterios de belleza y emitimos juicios estéticos sobre los cuerpos o cualquier otra cosa (aunque no nos atrevamos a reconocerlo a veces – precisamente porque creemos que en ocasiones resulta “feo” y de “mal gusto” –).

Por otra parte, tener criterios de belleza no está reñido con el aprecio por la diversidad. Las cosas o cuerpos pueden ser diversos también en cuanto a su cualidad estética (reconocer que unos son más bellos que otros, es, también, un reconocimiento de la diversidad), y las cualidades y criterios estéticos son más interesantes aún gracias a que se plasman de manera relativamente distinta en cada cultura o incluso en cada tipo o género de cuerpo (hay muchas maneras de ser guapos – y de ser feos –). Incluso, rizando el rizo, y dado que estimamos que lo diverso es más bello o “positivo” que lo “estandarizado”, ¿no deberíamos deducir a partir de ahí que un cuerpo es más bello cuanta más diversidad encierra, y más feo cuanto más se ajusta a los estándares vigentes?

Otro elemento a considerar es la crítica al “poco realismo” de los estándares o modelos de belleza. Porque, ¿cabe exigir realismo a lo que, justo por ser modélico, ha de distinguirse de lo real (o de lo que concebimos vulgarmente como tal)? Piensen, además, que la belleza es un valor, no un hecho. Los hechos reales (tal como los cuerpos que habitamos) no son en sí mismos bellos o feos; somos nosotros los que los valoramos como “bellos” aplicándoles un determinado criterio, esto es, comprobando hasta qué punto se ajustan a nuestras normas o ideales de belleza. Exigir un “modelo-realista” es, pues, un oxímoron, una contradicción “in terminis”.

Pasemos a otro asunto. Que debamos renegar de los ideales de belleza porque haya gente que se deprime al no verse adecuadamente reflejada en ellos es otra supina memez. De entrada, el ideal de que no hay más ideal que lo que hay, y de que hay que adorar el propio cuerpo sí o sí, resulta tan exigente y estresante como cualquier otro ideal. Y, en segundo lugar, negar la evidencia de que hay personas más bellas (y nobles, inteligentes, simpáticas, carismáticas…) que otras, por la sola razón de que esto pueda serle doloroso o frustrante a alguien, no es sino un engaño inútil, condescendiente y absurdo. ¿Deberíamos sacarnos también un ojo para no molestar o deprimir a los tuertos?

Es claro que no. Lo que hay que hacer es educar a las personas para lidiar con la propia condición humana. Y es parte de esa condición el ser conscientes de nuestras miserias (también de las corporales) tanto como el aprestarse constantemente a superarlas. Decía Shakespeare que estamos hechos de la materia de los sueños, y, según Platón, del deseo de unirnos a los que nos engrandece y mejora. Sin esa tensión erótica entre lo real y lo ideal, o entre lo que somos y lo que anhelamos ser, la vida carecería completamente de sentido. ¿Qué esto implica dolor e insatisfacción? Claro. Es el precio a pagar por estar lúcido y vivo; algo que una sociedad tan infantiloide y narcisista como la nuestra, que reclama comisarios políticos para que les quiten de delante todo aquello (¡hasta los maniquíes de las tiendas!) que pueda hacerle daño, no parece dispuesta a reconocer.

Ah, y otra cosa: sería estupendo dejar de obsesionarse con el cuerpo, en relación con el cual hemos pasado del extremo del dualismo que lo concebía como algo radicalmente distinto y opuesto al “espíritu”, a un monismo idólatra, no menos extremista, que pretende reducirlo todo a él. Frente a todo esto recuerden que la belleza, como se ha dicho siempre, está en el interior. Y que, en todo caso, y esté donde esté, para ser bello (o bueno, o listo, o sabio…) lo primero es reconocer que uno no lo es (al menos todavía). Cosa para lo cual los ideales y los modelos (y hasta los maniquíes) nos vienen que ni pintados.

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