Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico Extremadura
La encarnizada lucha por el poder que
escenifican sin disimulo (de hecho, convertida en espectáculo) nuestros actores
políticos está llegando a tal punto de obscenidad y marrullería que ha dejado
de importar con qué se golpee ni qué se destroce con ello. Tal es así, que los
únicos que están conquistando terreno en este batalla son las facciones
populistas que invitan taimadamente a romper la baraja del juego democrático.
Y nada podía contentar más a estos
populistas antisistema que la ocurrencia del presidente Mazón de nombrar a un
general retirado como «vicepresidente para la reconstrucción» de la Comunidad
Valenciana. Nombrar a un exmilitar como responsable técnico es perfectamente
legítimo. Lo preocupante para nosotros (y estimulante para los extremistas de
la «antipolítica») es nombrarle vicepresidente. Ser vicepresidente supone
detentar un enorme poder político. Y ser, o haber sido, militar no solo no
garantiza ser competente en el ejercicio de ese poder, sino que lo relaciona
con un imaginario ideológico e histórico que nos trae muy malos recuerdos.
No ignoro que a mucha gente le parezca
muy oportuno sustituir a políticos por técnicos (los partidos, que se han
percatado de esto, suelen fichar a «profesionales independientes» para decorar
sus listas electorales). Pero la política no es un saber técnico sino, a lo
sumo, práctico, como lo es también la moral. Y la competencia para este saber
práctico no se adquiere específicamente en ninguna facultad o escuela técnica
(tampoco mediante adiestramiento militar), sino participando libremente en la
vida pública y adquiriendo un conocimiento profundo de lo que son (y deben ser)
los seres humanos en toda su rica y compleja diversidad.
Nada garantiza, pues, que un militar, por
capacidad logística que demuestre, vaya a ser un buen político. Menos aún si
declara, como ha hecho Gan Pampols, que no está dispuesto a recibir «directrices
políticas» de nadie (que esto lo diga un exmilitar, por muy retirado que esté,
en un país como el nuestro, pone los pelos de punta). Ahora bien, si Pampols no
recibe directrices políticas, ¿bajo qué criterio va a decidir cómo se
reconstruyen los pueblos e infraestructuras arrasadas por la DANA? ¿En orden a
qué noción de justicia va a establecer la distribución de los recursos? ¿Desde
qué principios políticos va a dar más o menos prioridad a la seguridad o a los
intereses privados a la hora de rehabilitar las zonas inundables?...
Si Pampols no se da cuenta de que lo que
le toca como vicepresidente es hacer política, es que está promoviendo, aún sin
intención de hacerlo, la peor política posible: la de los tiranos y los líderes
populistas que presumen de «no meterse en política» (como decía nuestro último
general al mando) mientras secuestran nuestra soberanía y pretenden gobernar
sin control alguno.
Mixtificar la figura de los militares
como salvapatrias es enormemente peligroso; no ya porque sea de una ingenuidad
o falsedad manifiesta (en el ejército también hay ineficacia, corrupción o
conflictos por el poder, como en cualquier otra institución u organización
humana), sino por todo lo que algunos pretenden glorificar con ello: el
caudillismo, la obediencia ciega, el ordeno y mando, las «soluciones fáciles» …
Por presuntamente eficiente que esto fuera (y no creo que lo sea en absoluto),
nada de ello justificaría el sacrificio de la más mínima cuota de libertad y
democracia – sin duda imperfectas – que hemos logrado construir sobre el poso
de nuestra última dictadura militar.
Razonable, profundo y denunciante artículo.
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