Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
El acoso escolar no es un fenómeno nuevo
ni aislado. Mucho antes de que existieran Internet y TikTok, a los chicos y
chicas se les acosaba brutalmente en la escuela y en la calle. Es más: a
algunos de esos niños y niñas a los que nos entretenía torturar (por ser
mariquitas, feos, gordos, empollones, tartamudos, extranjeros, pobres, debiluchos,
demasiado sensibles o excesivamente independientes) les continuaban
martirizando luego en el colegio mayor, durante el servicio militar, en el
trabajo o en las verbenas del pueblo.
Porque el acoso escolar no es más que una
forma particular de ese viejo y feroz mecanismo de cohesión social consistente
en linchar al que es distinto o no agacha lo suficiente la cabeza. Sacrificar
al otro, al diferente, al monstruo, a la bruja, al hereje sirve para
homogenizar y disciplinar al grupo, eliminando diferencias perturbadoras y
mostrando lo que le pasa al que no es – o no se somete – como los demás. Al
fin, nada nos une visceralmente más que fustigar, odiar y apalear juntos; eso y
el pánico atroz a convertirnos en la próxima víctima.
¿Tendría que estar la escuela libre de
este poderoso sistema de control social? Depende. Si la entendemos como mero
instrumento de reproducción del «statu quo», la respuesta es rotundamente
negativa, y la escuela ha de concebirse, ella misma, como un enorme mecanismo
de acoso escolar en que los maestros ningunean la voluntad de los niños a golpe
de disciplina cuartelera, humillando públicamente a los que no se ajustan a los
estándares académicos o sociales, mientras que los matones de clase hacen lo
propio con las normas mafiosas y no escritas que sostienen la estructura
social.
¿Puede la escuela ser algo distinto a una
institución diseñada para el acoso? Desde luego. Si en lugar de un instrumento
de reproducción de los valores imperantes (básicamente, los de la vida
entendida como un juego cruel de ganadores y perdedores para el que hay que
endurecerse y aprender a pelear, vencer y humillar a los demás) se convierte en
un medio de transformación colectiva que cambia la disciplina ciega, la
intimidación, la competitividad y la evaluación obsesiva, por el espíritu
crítico, la autonomía, la cooperación y la responsabilidad personal. En otro
caso, darán igual las charlas, los talleres, los protocolos y los psicólogos;
el acoso escolar seguirá siendo una manera más de imbuir en niños y niñas que
la vida es una jungla en la que hay que aprender a pisar para no ser pisados,
marginar para no ser marginado y hundir a otros en la miseria para triunfar y
ser el tipo poderoso que deberíamos aspirar a ser. Piensen en cómo funciona el
mundo, y en la pléyade de tiburones, piratas y matones que lo dirigen, y se
harán una idea cabal de la bestia acosadora y omnipresente que tenemos delante.

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