Este artículo fue publicado originalmente por el autor en el diario.es Extremadura
Ha pasado totalmente inadvertido pero, hace muy pocos días, el PP usó su mayoría en el Senado para tumbar
una moción del PSOE (apoyada por Podemos y Ciudadanos) para
paralizar el calendario de implantación de la LOMCE, la ley
educativa del PP (también conocida como ley Wert) rechazada
por la práctica totalidad de los partidos, la mayoría de los cuales
se ha comprometido, además, a derogarla. El objetivo de la moción
socialista era dar tiempo para comenzar a acordar una nueva ley que
fuera fruto de un consenso, y no de la imposición de un solo
partido, y que sustituyera, lo más rápido posible, a una ley que,
como todo el mundo reconoce (incluyendo amplios sectores del PP),
nació muerta. Pero desde el partido en el gobierno no
atienden a razones: pretenden acabar de implantar la LOMCE a toda
costa, cueste lo que cueste, sin consensos ni aplazamientos que
valgan.
Los dos argumentos que suele ofrecer el
PP son que la LOMCE es magnífica,
y que paralizarla generaría incertidumbre. Lo primero es,
obviamente, opinable; pero el hecho es que a la mitad, al menos, de
los españoles no nos parece para nada magnífica por muchas y
muy variadas razones mil veces expuestas. Con respecto a la cuestión
de la incertidumbre, parece igualmente obvio que genera aún más
incertidumbre seguir aplicando una ley (con el enorme coste que
eso supone) que, a todas luces, está abocada al fracaso.
¿Y por qué está la LOMCE abocada al
fracaso? Insisto. Porque incluso en el hipotético caso (casi
imposible) de que el PP volviese a gobernar con mayoría absoluta,
¡medio país (al menos) no quiere esa ley! Por lo que,
lógicamente, más pronto que tarde acabará derogada. Entender esto
es lo mismo que entender cómo debería proceder – ¡siempre! –
un gobierno con leyes tan fundamentales como las educativas:
buscando, incansablemente, el mayor consenso posible. Otra cosa
no solo no es legítima (aunque sea legal) sino que es perfectamente
inútil. Somos uno de los países que más leyes educativas ha
promulgado y derogado en los casi cuarenta años que llevamos de
democracia. Y seguiremos igual mientras las fuerzas políticas sigan
empeñadas en imponer, cada una a su turno, y contra viento y
marea, su modelo fetén de educación. Esto es, mientras no se
acostumbren a algo que no es sino la pauta común en cualquier
democracia: llegar a acuerdos con el mayor grado de consenso
posible, al menos en las leyes
más importantes.
Esta incapacidad para argumentar y
ponerse de acuerdo no solo es un problema de políticos, sino
que es, junto a la afición a los bandos (o eres de los
míos o no lo eres), un rasgo del carácter nacional, un atavismo
más a superar en este país tan necesitado, aún, de cultura
democrática. Muchos de mis conciudadanos aún mantienen una
concepción infantil y rudimentaria de la democracia como una especie
de toma y daca caciquil, un ganar o perder, que “salgan” los
“tuyos” o los “míos”, por encima de toda racionalidad y de
la opción, mucho más sensata y práctica, de ceder todos para
buscar el mayor de los acuerdos posible. Por
ejemplo, una ley educativa (entre las infinitas
posibles) que no genere un rechazo radical en la mitad de los que
van a tener que sujetarse a ella! ¿Tan increíblemente
difícil resulta entender esto?
Pues debe de serlo. Porque el gobierno
del PP está dispuesto a acabar de imponer, sea como sea, esa ley
que, además de suscitar el rechazo de la mitad de los españoles,
supone, por la premura de su aplicación, un sinfín de problemas
aún, hoy por hoy, sin resolver. Los alumnos que cursan ahora mismo
el Bachillerato (mitad por la LOMCE y mitad por la antigua LOE) no
saben todavía, por ejemplo, en qué consistirá la prueba final
estatal de la que dependerá su titulo. Tampoco los alumnos que
cursan ahora mismo Educación Secundaria Obligatoria (ESO) saben cómo
será la prueba final de la que también pende su titulación. De
acabar de aplicarse la LOMCE, los chicos que, además, repitan curso
en segundo de Bachillerato o cuarto de ESO tendrán que afrontar
materias y contenidos nuevos (por lo que, en rigor, no repetirán
curso, sino que empezarán uno nuevo). De otro lado, los que,
en ESO, venían siguiendo programas de diversificación y refuerzo,
tendrán que integrarse, de golpe y porrazo, en grupos ordinarios en
los que, muy probablemente, fracasarán. Por otra parte, los alumnos
quinceañeros de tercero de ESO tendrán que decidir ya, en estos
días, sin la orientación pertinente y sin vuelta atrás, si dirigen
su vida hacia el mundo técnico-profesional, o hacia el Bachillerato
y los estudios superiores. ¿Es necesario seguir? Y todo esto sin
contar con la drástica disminución de las materias que fomentan el
pensamiento crítico, la reflexión ética, la educación en valores,
la expresión artística... Al fin y al cabo: ¿para qué sirve todo
eso si obtener el título dependerá de que superes la batería de
preguntas tipo test que es en lo que, según rumores – no hay
más que rumores – consistirán las futuras reválidas?...
Si creyera en la buena fe de los
defensores de esta infame ley, albergaría la esperanza de una
especie de milagrosa redención. ¿Se imaginan? En plena Semana
santa, el gobierno en funciones del PP, consciente de la situación
política, y del rechazo masivo a la LOMCE, decide sacrificarla
por el bien del consenso democrático y de todos los estudiantes del
país. Y santas pascuas. ¿Será esto posible? Ojalá. Aunque me temo
que estos soberbios padres de la patria ya han elegido. Han elegido
no dar su brazo a torcer. Ya se hunda el mundo.
Suscribo letra a letra todo el artículo. Tengo la sensación de que hay partidos políticos que quieren que volvamos a la caverna.
ResponderEliminarPero como soy un hombre optimista por naturaleza, espero que antes que después las urnas les lleven al rincón de pensar...que es muy sano.
Suscribo letra a letra todo el artículo. Tengo la sensación de que hay partidos políticos que quieren que volvamos a la caverna.
ResponderEliminarPero como soy un hombre optimista por naturaleza, espero que antes que después las urnas les lleven al rincón de pensar...que es muy sano.