Foto de María Artigas |
Y no es que no se
haga nada para revertir este proceso. Cientos de plataformas cívicas y algunas
agrupaciones políticas hacen un esfuerzo ímprobo para presionar a las
administraciones y devolverles a las zonas rurales parte de la relevancia
demográfica, económica, social y cultural que han tenido durante generaciones.
Muchas de ellas han
acudido esta semana a Bruselas, invitados por la eurodiputada extremeña Mª
Eugenia R. Palop y la portuguesa Marisa Matias (del grupo de la Izquierda europea),
para tratar de las propuestas lanzadas por la Comisión Europea bajo el lema
“Una visión a largo plazo para las zonas rurales”. Entre estas propuestas las
hay referidas a la supervivencia del sector primario, el desarrollo de las
energías limpias y la mejora de los servicios públicos. Frente a ellas se ha
sostenido la necesidad de aunar viabilidad y sostenibilidad, así como el
mantenimiento de unos servicios públicos de calidad, entre ellos el de la
educación.
La educación es un
elemento clave para que la sociedad tome conciencia y reaccione colectivamente
en defensa de sus pueblos. Para esto es necesaria una formación que haga comprender
la importancia del medio rural como parte de la lucha contra el cambio
climático, que capacite para el aprovechamiento sostenible de los recursos
rurales, y que transmita eficazmente los valores en que debe sustentarse el
compromiso común con la cohesión social y territorial.
Es cierto que todos
estos objetivos están ya recogidos en las nuevas leyes educativas, según las
cuales la educación ecosocial y contra el cambio climático, el desarrollo de
las competencias emprendedora o digital, y la formación ético-cívica (sin
olvidar el cuidado de las relaciones intergeneracionales) pasan a formar parte
orgánica del currículo en la mayoría de los niveles, etapas y áreas de la educación
no universitaria. Pero está claro que con esto no basta.
Es imprescindible,
en primer lugar, que los objetivos educativos y curriculares se refieran de forma
más directa a los entornos rurales. Es verdad que en los nuevos planes de
estudio el alumnado ha de vérselas con el reto demográfico, los desequilibrios regionales,
la incidencia de la globalización en el ámbito local o el valor de los
productos agroalimentarios de cercanía, entre otros muchos aspectos. ¡Hasta con
los detalles de la Política Agraria Común han de lidiar los alumnos y alumnas
del bachillerato! Pero estos contenidos habrían de entenderse desde una
perspectiva más estructurada y sistemática. ¿Por qué no introducir un área o
materia dirigida específicamente a la sostenibilidad del ámbito rural,
especialmente en ciertas comunidades?
En segundo lugar,
resulta imprescindible el reforzamiento de las escuelas rurales. Ha llovido
mucho desde aquellos tiempos en que, como narraba Josefina Aldecoa en «Historia de una maestra», los maestros dormían sobre la tarima
de las desvencijadas escuelas municipales. Pero aún queda mucho por hacer. La
escuela rural no solo ha de estar bien dotada, sino mejor dotada que las demás.
Por mero sentido del equilibrio. Y al hablar de dotación no me refiero solo a becas,
transporte o conectividad, sino fundamentalmente a la calidad de sus proyectos
educativos y a la entrega de los profesionales que los llevan a cabo.
Un motivo principal
para que la gente quiera vivir en los pueblos es la educación que reciban sus
hijos. Por eso es necesario que las escuelas rurales refuercen y aprovechen su
singularidad educativa, es decir: su proximidad e implicación
socio-comunitaria, la diversidad de su alumnado, sus ratios bajas, el uso
didáctico del entorno, así como una pedagogía activa y colaborativa que cae por
su propio peso en aulas a menudo mixtas, con chicos y chicas de distinta edad y
nivel …
Una educación innovadora
y de calidad atraería a familias y docentes, asegurándoles un inmejorable nivel
de vida en aquello que más importa a muchos: la educación de sus hijos y
alumnos. Si a esa escuela de excepcional calidad le unimos la mejora de los
demás servicios (la conectividad, el transporte, los servicios de salud…) y un
apoyo sólido y constante al aprovechamiento sostenible de los recursos,
tendremos la fórmula perfecta para devolver la vida a nuestras zonas rurales.
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